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El sonido de mi celular me despertó

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El sonido de mi celular me despertó. Solté un quejido y me estiré con dificultad hacia la pequeña mesa de al lado de la cama. Jack gruñó, ya que estaba acostado conmigo. Cerré mis ojos por la luz de la pantalla, lo mire y vi el nombre que le había puesto a Gustabo en la pantalla, así que no dude en contestar.

—¿Qué pasó?— pregunté, apenas atendí.

—¿Estabas dormida? — sabía que se estaba burlando.

—Pendejo.

—Eso diles a la mafia, que quieren vernos a estas horas.

Me senté en la cama y frote mi cara con mi mano libre. Jack ya estaba despierto y estaba en la misma posición que yo.

—¿Ahorita?

—Tía, si no fuera así ¿crees que te llamaría a estas horas sólo porqué sí?

—Bueno...

—¿Crees que lo haría? Pues lo haré, te jodes.

Reí bajo aunque sabía que mi acompañante ya estaba despierto.

—Venga, ponte ropa, pasamos por ti en diez minutos.

Me despedí de él y corté.

No había ninguna luz en la habitación, pero mis ojos ya se habían adaptado a la oscuridad, así que fue fácil verle la cara.

Como todas las veces que dormimos juntos, no llevaba camisa. Su mano izquierda estaba detrás de su cabeza para que le sirviera de apoyo, mientras que la otra estaba tranquila en su pierna.

—¿Por qué no me avisáis cuándo os habla la mafia?— su voz estaba más grave, era normal ya que se acababa de despertar.

—Pero si acabas de escuchar.

Soltó un gruñido, fingiendo molestia.

Rodee los ojos y me recargue en su abdomen para darle un beso.
La mano que estaba en su pierna, la puso en mi cintura para acercarme más a él, pero yo me separé, no tardarían en llegar mis amigos.

Me miro a los ojos y no pude evitar ponerme nerviosa.
Sin decir nada y con mis mejillas un poco rojas, me pare de la cama y encendí la luz para ver donde estaba mi ropa. Cuando estaba por ordenarle que se cubriera los ojos para cambiarme, él ya lo había hecho. Sonreí con ternura y me apresuré.

Justo después de ponerme mi último tenis, escuché el claxon del carro. Eran mis hermanos.

—No vayas.

Mordí mi labio inferior y reí. Era obvio que tenía que irme.

«Parece niño chiquito»

Ya no tenía nada en su cara que le prohibiera verme. Se sentó en la orilla de la cama y extendió su mano hacia mí. Me acerqué y le tome la mano. Me atrajo hacia él y me tomó de la cintura. Debido a la posición, Jack tenía que elevar su rostro y yo bajar el mío. Me recargue en sus muslos, y cuando él estaba por cargarme y ponerme encima suyo, el sonido desesperado del claxon nos interrumpió.
Maldijo en voz baja.

—Tengo que ir.

Asintió lento, como si se estuviera dando por vencido.
Agarre mi bolso, me acerqué otra vez a él, lo tome de la barbilla y le di otro beso, ahora sí, de despedida.

—Duérmete otro rato, todavía es muy temprano— le dije.

Me dijo que sí, aunque yo sabía que sería difícil que conciliara el sueño de nuevo.

—¡Ten cuidado!— gritó desde el cuarto, cuando yo ya estaba saliendo de la habitación.

—¡Lo tendré! ¡Te quiero!— me acerqué a la puerta de la entrada, y salí por ella apresurada para ir directo con mis amigos.

Me subí al carro y ellos manejaron hacia el norte, a las montañas.

«Bonito lugar para vernos»

Horacio me extendió mi paliacate porque este estaba en la guantera. Ni de pedo me iba a poner los lentes oscuros, me doy en la madre y ahí quedó, no señor.

Llegamos a la ubicación, resulta que están en una pequeña montaña, pero están casi en la punta. Entre cerré mis ojos mientras caminábamos hacia ellos, podía notar la sombra del helicóptero, pero no veía cuantas personas habían.

Cuando llegamos no pude evitar sorprenderme un poco, ahí estaba El Calavera.

—Habéis venido.

«No, no hemos venido, nos quedamos en nuestra casa, pendejo»

—¿Para qué nos querían o qué? — pregunté, viendo a todos de manera rápida. Pude ver a Emilio con su máscara de diablo.

—Hemos visto que os estáis esforzando mucho y pueden servirnos. Pero antes, necesitamos saber que estáis para nosotros y solo para nosotros— respondió Nadando.

—¿Qué queréis que hagamos?— habló el güero.

—Queremos qué secuestréis a un policía, nada difícil ¿verdad?

«Ay no»

Obviamente no queríamos secuestrar un policía. Eran nuestros compañeros, sabrá Dios que le harían a la persona que capturáramos después.

—Lo secuestráis y pediremos un rescate, pero así sabremos que son de confiar.

—Pero no podemos hacerlo porque... — Horacio fue interrumpido por Emilio.

—¿Ya vas a empezar de chillón? Esto no es nada, tengan en cuenta que es un paso muy importante.

Oprimí mis labios. ¿Qué otra cosa podíamos hacer?

—Va — acepté — jalamos, si así podrán tenernos más confianza, lo hacemos.

—Eso es lo que quería escuchar — dijo El Calavera.

Después de un rato más, ya estábamos por irnos, para esto ya era las 5:30 de la mañana. Antes de subirse al helicóptero, Emilio vino corriendo hacia a mí y me abrazó, puso su cara en mi cuello y empezó a hablar.

—Controla a ese pendejo, por su culpa los van a matar a los tres — estaba hablando del pobre de Horacio.

—Hablaré con él, y no nos van a matar, relaja la raja.

—A mí me valen los otros dos, con que no te hagan nada a ti me doy por bien servido.

Le di un golpe en la cabeza y él se alejó poniendo su mano en el lugar donde le pegue.

—Todo saldrá bien— le dije, para después despedirme y dar media vuelta hacia mis amigos.

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No fear || Jack ConwayDonde viven las historias. Descúbrelo ahora