Capítulo 8| Débil.

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DÉBIL.

Jeremiel se dejó ir por la pared, la camisa subiéndosele por la espalda ante lo áspero del muro, las rodillas rozándole el suelto y todo el peso reuniéndose en sus tobillos; el aire fresco lo acompañó hasta que tomó asiento en la acera y se cubrió en rostro con las manos. Contó hasta siete, le fue imposible retener tanto tiempo un suspiro como para llegar a diez. Sentía la impotencia zumbándole en los oídos al igual que molestándolo en la punta de los dedos; un picor insistente que no hacía más que mantenerlo intranquilo.

No sabía a qué se debía, pero sí podía acertar que aquello tan solo era el comienzo de un mal presagio. Comenzaban a suceder cosas que iban más allá de ellos, situaciones que se suponía no debían suceder y que, tal a como él lo sabía; le ponían los nervios de punta a cualquiera. No solo radicaba en el hecho del desconocido que abría portales con sus dedos y que, al ser ángel, lideraba demonios. Mucho menos el hecho en que, un humano, logró conectar con un ángel. Había cosas peores, y tenía consciencia en que, si quería seguir adelante, tan solo tenía un camino.

— ¿Puedo acompañarte?

Levantó la mirada, encontrándose de frente con Maia, ante el asentimiento de cabeza la rubia se sentó a su lado, apoyando la cabeza sobre su hombro y dejando ir un suspiro. Jeremiel se tranquilizó. Era tener a Maia cerca y la paz, tanto como la tranquilidad, volvían a ser parte de él. Aquello lo tenía claro: proteger a Maia de sí misma y de los demás era lo único por lo que velaba.

Ahora entendía bien el amor en los humanos. Al igual que en cualquier otra especie que él hubiese estudiado. Pero no era igual a como lo leía o explicaban, era algo intangible que se sentía con una intensidad imposible de aplacar. Como colocar los pies sobre la arena y sentir la parte baja, la que aún se encontraba caliente lejos del agua salada. Maia era esa calidad, ese sentimiento de arrullo que por décadas nunca tuvo.

Maia era una advertencia, lo entendía. Era aquello que prohibían a Jeremiel, el pecado que tanto le costaría pagar.

— ¿Cómo se encuentra Dominic?

—Duerme, todo esto que le sucede le roba la energía —contestó ella— si Cielle sigue conectando de esta forma terminará lastimando a Dominic de una manera muy grave.

— ¿Y crees que haya manera en la que puedan convivir las dos partes sin opacarse?

Maia se removió un poco, sostuvo la mirada sobre la calle vacía y los remolinos que causaba las brisa junto a las hojas de los árboles. Recordó la conversación con Keres, el como ella era la vivía imagen de aquella situación. También recordó la razón por la cual su espíritu y el de El Ángel no podían ser separados. ¿Sucedía lo mismo con Dominic? Negó suavemente.

Dominic compartía una conexión, era como si un celular captara una red wifi sin contraseña; no dudaría en conectarse. La situación de Dominic era la misma, debía haber algo en él que le hubiese permitido a Cielle conectar con facilidad.

—Si viajan a Groenlandia los Guardianes de la Luz podrían ayudarlos —habló al fin— los humanos también tienen espíritu, puede que Dominic logre conectar con él y viajar a alguna dimensión en la que Cielle pueda hablarle sin peligro de por medio.

— ¿Y si es imposible? ¿Qué sucede con lo que nos ha dicho?

La mirada de Maia se posó sobre Jeremiel, tenía el ceño fruncido y los labios a punto de sumirse en un mohín. El mismo rostro que la veneró, el mismo rostro que ella acariciaba a cada que así lo necesitaba. Por un momento cada uno de esos pensamientos la azotó. Sintiendo como su rostro, indiferente a la curiosidad del gesto de Jeremiel, se sonrojó recordar como crecía un deseo descomunal que poco a poco intentaba apagar. Pero no podía, le era imposible no mirar a Jeremiel y desear que tanto su cuerpo como el suyo fuesen uno solo.

LAGRIMAS #2✅Donde viven las historias. Descúbrelo ahora