Capítulo 37| Lágrimas de sangre.

8 2 0
                                    

LÁGRIMAS DE SANGRE.

Coco recorrió la mirada por todo el lugar, centrándola de vez en cuando en cada uno de los rostros que se paseaba de un extremo al otro, hablando en lenguas que no reconocía y usando atuendos que nunca antes había visto. Se quedó un momento tranquila, recorriendo las facciones finas y frágiles de las hadas, mirándole las orejas puntiagudas y los cabellos demasiado claros, casi transparentes. Luego miró a los esfinge, la dureza en sus rostros, el parecido que tenían con los leones; sus cabelleras oscuras, de hilos gruesos y enmarañados.

No detuvo su mirada, se mantenía atenta a cada ser que cruzaba la puerta, en busca de cambiantes, ya fuesen vampiros o lobos, pero no fue así. Sabía, por lo que había escuchado de Maia la noche anterior, que solo los esfinges y las hadas los ayudarían. Que ni las brujas o los cambiantes se encontraban complacidos con la idea de ayudar al cielo luego de haberlos olvidado por milenios.

Coco se preguntó cuánto rencor habían almacenado como para no ayudarlos. También se preguntó, mientras volvía analizar a los demás, cuántos de ellos había perdido a seres amados, amigos o hasta un primer amor. Podía sentirlo... el pesar de algunos corazones que les costaba mantenerse en pie pero que aun así estaban ahí, apoyándolos.

Entonces una pregunta la llevó a la otra, y terminó pensando en que era rara la manera en que algo sucedía y ya luego dejaba de suceder: la vida, la juventud y el amor. ¿Cómo algo dejaba de ser lo que por un tiempo fue y tan solo se desvanecía dejando de ser? Pensó en sus padres, quienes debían estar muertos, y el como ella no los añoraba porque no podía añorarlos y también porque aún no podía creer que ellos estaban muertos.

¿Cómo lo iba a creer si nunca los vio morir?

Sintió un punzón en el pecho, sorprendida. Luego un susurro al oído y...

—¡Coco! ¡Por aquí! —Collete apartó la mirada de detrás de ella y la llevó hasta el gentío que entraba por la puerta de la biblioteca. Suriel agitaba sus manos por el aire, con vehemencia y una sonrisa demasiado grande en su rostro— ¡Ven! Te he guardado un lugar.

Coco sonrió, sintiendo la felicidad de Suriel como un imán. Se levantó de la banca en la que se encontraba, dio un paso al frente y otro, hasta que se encontró corriendo en el mar de seres que nunca imaginó conocer, sintiéndose como una niña corriendo a los brazos más cálidos que podía conocer. Su rostro se estampó contra el pecho de Suriel, él demasiado alto para la estatura de ella, y seguido a ello los brazos del chico rodeándola por completo.

—Has corrido hasta mí —murmuró Suriel, sorprendido— como en las películas. ¿Podríamos repetirlo?

Coco asintió, dejándose llevar por la diversión en la voz del castaño.

—¿Dónde están los demás? —cuestionó, alejándose un poco y mirando por sobre el hombro de Suriel.

—Cielle habla con Jeremiel —contestó él, con su barbilla señaló hasta el pasillo, donde la morena hablaba muy pegada de Jeremiel— y Maia se prepara junto a Keres.

La pequeña pelirroja miró a sus amigos, por un momento el recuerdo del beso entre los dos la embargó, haciéndola enrojecer. Ya habían pasado más de nueve meses desde lo sucedido, y aun sentía como si le estuviese escondiendo un secreto de estado a Maia.

—¿Estás nervioso? —se regresó a Suriel. Él la miraba con cariño— Puedo sentirlo.

—Lo sé, no puedo fingir a ti —se encogió de hombros, restándole importancia— la verdad es que todo esto me pone los nervios de punta. Pensar en que estamos a pocos de enfrentar a Castriel... no sé, me aterra.

LAGRIMAS #2✅Donde viven las historias. Descúbrelo ahora