Capítulo 40| Todo se reduce a cenizas.

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FINAL

TODO SE REDUCE A CENIZAS.

Maia fue consciente de que iba a morir.

Lo supo en el instante en que los latidos de su corazón ya no llegaron a su oído interno; en el instante en que tanto la punta de sus dedos como la piel de sus labios se congelaron por completo, haciéndolos imposibles de sentir. Lo tuvo tan en cuenta cuando en sus pulmones ya no existían más que agua de río llenándole cada recóndito lugar del cuerpo. Maia sabía que iba morir desde el instante en que todos y cada uno de los rostros de las personas que más apreciaba aparecieron en su mente. Dándole paso a una película de recuerdos donde todo era sonrisas y felicidad.

Miró a Jeremiel, sonriéndole. A Suriel lanzándose a sus brazos para abrazarla, miró a Coco dándole una sonrisa sincera y a Cielle acercándose para chocar su hombro. Miró a Lethe entregándolo todo por ella, a Nesta burlándose de cosas tontas... Vio tantos rostros que no recordaba, los cuales pasaban como una ráfaga de viento que se llevaba poco a poco todo dentro de sí.

Entonces pensó en lo hermosamente poética que era la muerte; en como la veía frente a sus brazos y lo único que podía pensar era en abrazarla, en acurrucarla y nunca dejarla ir. En aferrarse con tantas fuerzas a ella hasta que su piel sangrara y todo a su alrededor se disipara en polvo. Le pareció tan hermosa que de poder llorar lo hubiese hecho y de poder besarla también. Era tan hermosa que sintió alivio de poder morir, de estar tan cerca de la muerte que todos sus problemas, miedos y cobardías al fin desparecerían, al fin dejarían de existir.

Pero no pudo.

No pudo acercarse, ni tan siquiera aceptarla.

No pudo sentir feliz sabiendo que, la vida de todas las personas en la Tierra, aún se encontraban bajo su responsabilidad. Ahí fue donde lo vio, tan solo un instante, una conexión tan perfecta que el negro absoluto bajo sus parpados se convirtió en una explosión de colores, y sintió, a como nunca lo había sentido antes, que la vida regresaba a ella como un boomerang a su dueño.

Lo primero que hizo, fue disipar el agua. Con un movimiento ágil de manos apartó todo alrededor de sí: el agua desapareció al instante, evaporándose como fuego contra el viento. Abrió los ojos, y al caer hasta el fondo ya seco tosió con fuerzas. Lo primero que vio fue la noche y el centenar de estrellas sobre ella, mofándose de todo el miedo que había albergando en su pecho y que ahora era tan solo furia y rencor.

—¡Chicos!

Su grito fue tan ronco que no se reconoció la voz. Perdida, con la ropa húmeda y el cabello rubio aplastado contra su rostro se levantó, corrió hasta donde se encontraban los cuerpos dispersos de sus amigos y acumuló una luz azul entre sus dedos; podía sentir, con una añoranza reconfortante, como la electricidad que recorría su cuerpo se acumulaba ahí, donde antes todo era frio y dolor.

—Por el cielo... ¡Coco!

Corrió hasta el pequeño cuerpo de Collete y se dejó caer de rodilla, las manos encendidas y el corazón latiéndole con fuerzas. Miró el rostro pálido de la otra chica, los labios morados y las manos frías. Le dolía el corazón, le dolía tanto que no pudo formular palabra alguna. ¿Cómo había sucedido aquello? ¿Cómo habían pasado de correr en el puente colgante a caer de golpe contra el agua? Los labios le temblaban por el frío, y la mirada zafiro se encontraba apagada en medio de tanto dolor.

Maia levantó la mirada, con las manos temblándoles y el cuerpo tiritando. En lo alto, por sobre su cabeza, se encontraba el puente partido en dos, y más allá, donde ya no había agua, dos cuerpos en el aire, blandiendo sus alas y luchando. La rubia no pudo evitar llorar. Jeremiel estaba ahí, con sus alas negras y el cabello oscuro dándose de golpes contra Castriel.

LAGRIMAS #2✅Donde viven las historias. Descúbrelo ahora