Capítulo 33| El inicio de una era.

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EL INICIO DE UNA ERA.

La nieve había dejado de caer, el frio era escaso y los rayos de sol predominaban en aquella mañana. Maia se detuvo, con los ojos cerrados y el sol dándole de frente. Aun no lo entendía, no entendía cómo el sol no entraba por el horizonte, sino que, tan solo iluminaba, tan solo estaba ahí, sin poder verse en el manto negro que les cubría sobre las cabezas.

Maia siempre se preguntó que había más allá del cielo. Se preguntaba si demasiado oscuro o demasiado claro. Si hacía frio o mucho calor o, simple y sencillamente no se sentía nada. Estaba equivocada al pensar que el cielo, el religioso, del que hablaban las personas, era entre las nubes. Porque, con los pies sobre la nieve derretida y con sus brazos rodeándola en un abrazo, se recalcó que el cielo estaba más allá de la Tierra, parecía escondido en una dimensión distinta, donde solo él existía.

Abrió los ojos, el calor adueñándose de sus mejillas, pero la brisa fresca arrebatándoselo. Agachó la mirada y continuo por el sendero. Recordó algo más: en el cielo la hora o los días no existían... tan solo vivían.

—Los recuerdos son fáciles de bloquear —la voz de Lethe por sobre el silbido de la nieve la obligaron a apresurar el paso— sé de humanos que logran, por conciencia propia, olvidar recuerdos tormentosos. Podría bloquearte los recuerdos, no eliminarlos. Pero sería como arrebatarte algo de las manos: sabrías que lo tuviste y ahora no.

Maia llegó hasta el gran árbol de pino alrededor del cual se encontraban todos: Cielle, Suriel, Coco, Jeremiel, Lethe y Dominic. No faltaba nadie, absolutamente nadie, al fin estaban todos juntos, sin dolor de por medio y sin heridas sangrantes las cuales curar. Maia se sintió agradecida, tanto que no pudo evitar sonreír.

—Lo que quiere decir que no existe manera de mantener algunos recuerdos —concluyó Dominic.

Jeremiel miró por sobre su hombro, había sentido la presencia de Maia desde que ella se detuvo a recibir el sol. En aquel momento él la había visto; brillante, tranquila y tan viva como la rosa roja que se sostenía bajo la nieve. No había querido interrumpirla, sabía que el simple hecho de ser parte en borrar la memoria de Dominic la hacía sentir mal, por ello, cuando avanzó, no dudó en tomarla entre sus brazos y abrazarla.

—De hacerlo, estaría yendo en contra de lo pedido por Keres —Lethe contestó con una mueca en su rostro, apenado por no poder ayudar— pero, si me lo preguntas, lo mejor es dejarlo así. Algunas veces, la divinidad de los cielos, podría ser la mayor de las condenas.

—Lo sé —afirmó Dominic— Castriel me lo dijo. Dijo que de haberme borrado los recuerdos habría sido más fácil corromperme. Supongo que, lo decía porque, de no recordar nada, no me hubiese opuesto a lo que quería.

—Lamento mucho lo de Selva —la voz de Coco fue apenas audible ante el viento— ella, era una gatita hermosa. Lo siento mucho, demasiado. Desearía que no hubiese sucedido nunca.

Suriel, que se encontraba a su lado, la abrazó con fuerzas.—

—No te angusties, no ha sido tu culpa —la tranquilizó Dominic. Luego, un poco más suelto de los hombros, se regresó a los demás. Uno a uno mirándoles el rostro— ha sido culpa de nadie. En realidad, es gracias a ustedes que no fui yo quien terminó muerto. Se los agradezco, en mi cabeza de humano promedio nunca cupo la idea de que seres mayores a mí se interesaran por mi bienestar.

>>Es más, nunca tuve amigos, la mayoría eran tan solo compañeros de cuarto o de universidad. Entonces aparecieron ustedes y me sentí, en cierta parte, acompañado. Por lo cual, son esas sensaciones la que me hacen olvidar lo doloroso.

El silencio que se instaló entre ellos no fue incomoda, mucho menos asfixiante. Fue un silencio necesario para procesar todo lo que había sucedido y estaba por suceder. Dominic perdería la memoria, olvidaría todo sobre ellos desde la primera vez que los vio en la gasolinera, perdería, según Lethe, la noción del tiempo unos días, pero luego volvería a su rutina y viviría feliz.

LAGRIMAS #2✅Donde viven las historias. Descúbrelo ahora