Capítulo 30| Lo bueno y lo malo.

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LO BUENO Y LO MALO.

Jeremiel suspiró. Había un peso en su pecho, algo cálido y suave que lo abrazaba por el torso desnudo y le acariciaba la piel con pequeñas ondas electrizantes que lo llenaban de placer. Se sentía en paz, tranquilo, y con pequeños ecos de los golpes y las heridas retumbándole por encima de la piel. Aun así, no le fue imposible abrir los ojos y encontrarse con una mata de cabello rubio robando su campo de visión.

Para él, despertar con Maia entre sus brazos era más de un deseo insistente por el cual no se rindió ante Castriel. Por alguna extraña razón sabía que estaban en el cielo, lo sabía más allá de las paredes de cemento, el frio áspero pero abrazador y el ir y venir de los ángeles: como si un zumbido flotara por todo el lugar uniéndose al humo del incienso y el olor a menta.

Estaba en el cielo... un demonio como él estaba allá arriba, rodeado de tanta paz.

Por un momento quiso llorar. Llevaba haciéndolo desde que perdió el hilo de la pelea, desde que Castriel lo aventó contra el suelo y lo golpeó tantas veces en el rostro que la sangre, el dolor y el crujir de sus huesos bajo el puño del otro le pareció la muerte.

—Humh —el cuerpo menudo entre sus brazos se removió— Jeremiel... ¿Jeremiel?

Maia se levantó de golpe. El cabello rubio le cubrió todo el rostro, obstruyéndole la mirada. En medio de su ceguera repentina tanteó las sábanas blancas, buscando con una desesperación casi insana las manos de él. Jeremiel, consciente de terror de Maia en sus palabras, se incorporó, y sin pensarlo dos veces la pegó contra su pecho, sosteniéndola por la parte baja del cuello y depositando sus labios sobre la coronilla dorada de ella.

—Soy, yo. Aquí estoy.

Maia, contra él, abrió los ojos de par en par con asombro.

—Aquí estoy, junto a ti —le murmuró; su voz ronca, el corazón palpitándole con fuerza y los brazos de Maia aferrándose a su alrededor— siempre estaré aquí, no pienso dejarte.

—Por el cielo, Jeremiel —los sosollos de ella se enredaron en su pecho, impidiéndole hablar con claridad— creí lo peor, tenía tanta rabia, tanto miedo que me perdí.

Por un instante fueron puro silencio. tan solos sus respiraciones entremezcladas y el murmullo por fuera de las paredes. Maia pensó en lo sucedido, en que se había desmallado en quién sabe qué bosque, con la sangre manchándole las manos, la cabeza retumbándole con fuerza y los pies temblándole tanto que no pudo sostenerse cuando toda su energía se liberó. ¿Dónde se encontraba ahora? ¿Por qué su cuerpo ya no dolía? ¿Por qué, tras haber luchado tanto, lo que más sentía herido era el corazón?

Sentía como si hubiese vivido una tristeza eterna de la cual apenas lograba despertar.

Elevó su mirada, Jeremiel la sostenía con fuerza, como si temiera que ella saliera huyendo de entre sus brazos para nunca volver. Hizo lo mismo, se aferró a él temiendo que sus palabras no fueses promesas por lo que le sería fácil romperlas. Se sumió en lo que sentía y dejó de pensar tanto.

Pero en medio de ello, cuando cerró sus ojos para descansar, imágenes de un pasado que no era suyo le llenaron la cabeza: miró nuevamente al niño de ojos celeste, lo vio sonreír con tanta felicidad que por un instante se le llenó el pecho de aquel sentimiento, pero luego, en un cambio repentino de escenario, lo vio llorando.

Entonces lo recordó.

Recordó el verdadero rostro de Castriel, el que sostuvo sus látigos y le rogó entre gritos que no siguiera, que detuviera su dolor.

Maia negó, encogiéndose en sí misma.

—¿Todo bien? —Jeremiel la alejó un poco, inspeccionándole el rostro y acariciándole la piel desnuda de los hombros con suavidad— ¿Aun te duele algo?

LAGRIMAS #2✅Donde viven las historias. Descúbrelo ahora