Capítulo 28| Furia.

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Durante milenios, la sabiduría del mundo entero había sido cedía a un único ser dentro de todo el universo: El Ángel. Dicha sabiduría contenía información incapaz de ser suministrada a seres inferiores, manteniéndose como secreto, y viviendo de esa manera por décadas. Tal información detallaba con exactitud el poder de las vertientes que se encontraba dentro de cada cuerpo, sin importar si era humano, cambiante, ángel o demonio.

Las vertientes siempre habían sido cuatro: mente, espíritu, alma y fuerza.

Cada vertiente conectaba a ramificaciones presentes en el universo, activándose a cada que así se pidiera. El ángel, siendo el único en contener sabía información, podía mantener cada una de las vertientes activas, sin miedo a que alguien más se adentrara por las conexiones que compartía con el universo.

Pero todo había cambiado tras la rebelión de Lucifer. Quien, tiempo después al destierro, logró acceder a la información, compartiéndola con gran parte de los demonios y regocijándose de ella. Aun así, el tener la decisión entre sus manos no aseguraba que pudiesen abrir las vertientes. La dificultad era alta, y solo unos cuantos lo lograban.

Todo aquello abarrotó la mente de Maia cuando, tras mover sus dedos, se trasladaron de la dimensión de Castriel hasta la dimensión de la tierra, donde arboles altos, de copas gruesas y un cielo azul, casi igual de oscuro que la mirada del rubio, los cubría por completo. El corazón de Maia bombeó con fuerza, dejó caer sus brazos a su alrededor, sintiendo un insistente palpitar en su cabeza como si miles de personas la golpearan con fuerza en la frente.

—¡Qué demonios has hecho! —el alarido de Castriel resaltó las venas de su cuello por sobre el sonrojo de rabia— ¡Morirás! ¡Te rebanaré la cabeza por desafiarme!

Los látigos de fuego alrededor de sus brazos se alzaron, enrollándose en su cuello y ajustándose contra su piel. El arder de su cuerpo crepitó, dándole una imagen aterradora ante los ojos de los más.

Jeremiel retrocedió, la expresión en los ojos de Castriel denotaba locura, y el pelinegro, a pesar de haberse convertido en demonio, sabía que la locura y desesperación de Castriel lo triplicaba en fuerza.

—Maia...

Llegó hasta ella, la tomó del brazo y la sacudió. La rubia se mantenía inmóvil, con la mirada perdida y una fina capa gris sobre el zafiro de sus ojos. Jeremiel recordó la vez en que hizo llorar a Grant en un callejón baldío, la misma mirada que a él lo había hecho caer sobre la nieve en Groenlandia. Maia en aquel instante no era la rubia llena de miedos y angustias, se sentía por encima de su piel, esa electricidad que la recorría con rapidez por las venas.

Maia debía haber conectado de alguna manera que el espíritu del Ángel, concluyó él. No encontraba otra explicación razonable ante el cambio repentino de dimensión, cuando no hacía unos minutos, temían nunca escapar de Castriel.

—Puedo saltar de dimensión —ella reaccionó, regresando en sí. Miró a Jeremiel, el zafiro en sus ojos había regresado, parecía haber salido de un mar dentro de sus pensamientos que la amenazaba con hacerla ahogar— mi vertiente...

Un látigo atravesó la distancia entre los dos, interrumpiéndola. Tanto Jeremiel como Maia cayeron de espaldas al suelo ante el impulso de escapar. Las manos de ella, extendidas por la caía, se rasparon, causando que líneas finas de sangre se escurrieran por su piel.

—Me engañaron —la risa desquiciada de Castriel se llenó de ecos en medio del bosque— me hicieron creer que no eran capaces de salir de mi dimensión, ¿pero saben? Han hecho mal, muy mal.

Otro látigo viajó por el aire, Maia se encogió en su lugar, el calor del fuego le rozó el rostro, haciéndola estremecerse de terror. Nunca antes se había activado todos sus sentidos, en aquel momento parecía experimentar toda una tormenta dentro de ella; podía escuchar lamentos dentro de su cabeza, podía escuchar quejidos y maldiciones que venía más allá de sus amigos; había voces, gritos y demás dentro de sí.

LAGRIMAS #2✅Donde viven las historias. Descúbrelo ahora