Capítulo 22| Familia.

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FAMILIA.

Un haz de luz, reluciente y chispeante se abrió ante sus miradas, y las miradas de una docena de Guardianes de la Luz. Del portal, impávido, apareció Keres; su semblante imperturbable, mirada oscura y abrigo de pieles gruesas lo presentaron frente a los demás.

Detrás de él un bosque verde que presenciaba con lujo de detalle cómo, con una sutileza casi imperceptible, se esfumaba por completo el portal. Tanto el silencio del lugar, como el moverse de las hojas, llenaron la tensión alojada entre los presentes. La mirada de Keres era dura, acusante y llena de disgusto. Aquello hizo de los nervios de Maia una tormenta tempestuosa dentro de sí; tormenta que, si no lograba controlar, terminaría desbordándose de sus ojos y ahogando sus mejillas.

—Tú puedes —Maia, acompañada por Jeremiel, avanzó con rapidez hasta Keres, repitiéndose, como una plegaría, las mismas palabras que se repetía al despertar— Tú puedes.

Los Guardianes de la Luz presentes agacharon sus miradas, dándole la bienvenida a su mayor en puesto.

—Bienvenido —la mirada zafiro de la rubia dudó tras posarse sobre él—. Gracias por venir al primer llamado.

—He venido porque las cosas allá arriba no pintan bien —contestó Keres, reticente— y tal parece aquí tampoco.

—Debemos hacer una denuncia ante las leyes del cielo —siguió Maia, omitiendo el daño que le causaban las palabras del hombre. No podía negar que cada reproche le era una bala al pecho— han sucedido cosas que...

—Que debieron ser anunciadas al cielo desde el primer día que sucedieron —Keres negó, dolido—. Ya han pasado más de tres semanas, Maia. ¿Cuándo piensas hacer valer la corona que se te ha dado? —movió su mano, pidiendo a los demás dejarles a solas y agradeciendo la bienvenida— Me encuentro indignado, dejaste el cielo en mis manos como si yo tuviese las facultades para sostenerlo. No soy El ángel.

Ni yo, pensó Maia. Se mordió el interior de las mejillas, evitando faltarle al respeto a quien, si lo veía bien, era su guía.

—Collete y Suriel estaban en peligro, no podíamos dejarlo pasar.

—Al igual que millones de personas —Keres se acercó, causando que Maia alzara la mirada. No pretendía humillarla, se notaba en su mirada seria libre de altanería— vine porque el equilibrio universal vuelve a depender de un hilo. Ayudaré en lo que tenga que ayudar por aquí, pero luego de eso regresarás al cielo para abrir tus vertientes.

Sin decir más, ni preguntar por el camino, siguió por el sendero de piedras sueltas hasta llegar al puente principal. Maia evitó soltar un suspiro lleno de frustración. En cambio, llevó su mirada hasta Jeremiel y cortó el camino que ella misma había separado entre ellos. Al llegar, lo abrazó tan fuerte que no le hizo falta suspiro alguno para dejar ir sus angustias. ¿Qué haría si un día llegase a perder a Jeremiel? Se aferró con más fuerza ante su pensamiento. Llevaba pensando bastante en su futuro, en cómo saldrían de todo y la manera en que disfrutarían llenos de alegría por toda promesa que habían sostenido con fuerzas al decirla.

Una vida normal, tú y yo, Jeremiel. Una vida en la que no tengas miedo a ser demonio y yo no tenga miedo a ser ángel.

Las palabras de Keres regresaron a ella, dejando de lado todo pensamiento soñador. No se podía quejar, cada regaño era por su bien. Keres sabía el por qué decía cada palabra o reproche. Aun así, pesaba. Le pesaba llenarse de responsabilidades cuando aún cargaba con mucho peso del cual no sabía cómo deshacerse.

—¿Todo bien?

Jeremiel dejó un par de besos en su coronilla.

—¿Me creerías si te digo que sí? —contestó pegada a su pecho.

LAGRIMAS #2✅Donde viven las historias. Descúbrelo ahora