Capítulo 2

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Dedicado a NicoleNymr

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Dedicado a NicoleNymr

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Llevaba dos días pasando con Toby por la casa de Charlie, y no había ni rastro de él o de su gruñona madre. Necesitaba una excusa para llamar a su puerta. Para ese momento, ya estaba seguro de que su cabello sí era verde, y también sabía que tenía una mariposa de varios colores tatuada en el dorso de la mano derecha. El resto de los detalles, como su rostro, se difuminaban en mis recuerdos. Temía olvidarlos si no lo volvía a ver.

De camino a casa la noche del incidente, no hablamos mucho más. Mi estado físico y mental no era el mejor —y, no, no se orinó en mi valla—. Pero no dejé de pensar en él en esos días, quería saber más de ese chico tan raro que me había ayudado.

Esa mañana, a mi regreso de pasear a Toby, Nae me pidió ayuda para cortar la col china y hacer kimchi. Ella y mi madre lo aman, por lo que Nae suele prepararlo cada vez que está de buen humor. Aunque yo pertenezco al uno por ciento de los coreanos que odiamos ese platillo con todo nuestro corazón, la ayudo cuando no tengo escapatoria. Sin embargo, apenas tomé el cuchillo, tuve una especie de epifanía: supe que tenía la oportunidad perfecta para regresar a casa de Charlie frente a mis ojos, lista para ser cortada y fermentada.

¿Qué podía ser mejor que un plato de kimchi para ir a disculparme con su madre?

Pero... esa oportunidad en específico tardaría como mínimo una semana para estar lista, así que dejé a Nae sola en la cocina y corrí hasta el mercado más cercano. Compré un bol de kimchi ya elaborado y simplemente lo vertí en un recipiente casero. La madre de Charlie no notaría la diferencia.

Lo siguiente que hice fue ponerme mis botas coloridas de la buena suerte —y de la mala también, porque son mis zapatos favoritos— y caminar hasta su casa. Mi madre solía obligarme a pedirle disculpas a los vecinos cuando les jugaba una broma pesada llevándoles una buena porción de kimchi o algún otro platillo coreano. No obstante, yo siempre terminaba cagándola incluso más al ponerle de forma deliberada condimentos equivocados o laxantes. Nadie en su sano juicio aceptaba algún alimento que pasara por mis manos.

Pero la madre de Charlie no me conocía —aún— y juro que esa vez la comida no estaba adulterada.

Al llegar a mi destino, me salté la horrible valla y llamé a la puerta. Sonreí hasta que me dolieron las mejillas y esperé a que la «agradable» señora abriera. Y lo hizo, pero al verme cerró de un portazo. A pesar de que vi todas mis esperanzas frustradas por un segundo y quise largarme, soy demasiado obstinado como para darme por vencido con tanta facilidad.

Volví a tocar con insistencia. Y ella volvió a abrir.

—¿Qué mierda haces aquí? —me gritó, derrochando su «buen carácter». Era una mujer regordeta con el cabello rubio claro y lleno de canas dispersas—. ¿Tú y tu chucho no tuvieron suficiente el otro día?

Aunque tú nunca me elijas © [✓]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora