Capítulo 14

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Dedicado a SaraLoaiza5

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Dedicado a SaraLoaiza5

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«Genial —me dije con ironía—, ahora solo falta que planeen la boda».

Esa tarde mamá y Nae pasaron horas preparando la cena y hablando sobre sus amores y desamores. Y sobre Charlie, claro. Por eso solo bajé cuando apenas faltaba media hora para la «esperada» cena familiar. Casi podía sentir el sabor amargo del vómito de la noche anterior en la boca de pensarlo. O quizás era la resaca monumental que tenía que, sumada a mi decepción, hacían una combinación perfecta para que mi humor fuera una mierda.

Nae subió corriendo a prepararse y mamá comenzó a sacar la vajilla más fina que teníamos para preparar la mesa, esa que estaba en la familia desde la boda de mis difuntos abuelos y que se usaba solo una o dos veces al año. Casi podía exhibirse en el Museo Nacional de Corea. Me enojaba que consideraran tan importante la visita de Charlie.

Al quedarme solo en la cocina, comencé a observar los platillos que reposaban sobre la encimera.

«Ugh, kimchi —pensé con desagrado—, hace falta que te atragantes con él, estúpido Charlie».

Sin embargo, una idea vino a mi cabeza. Una de esas ocurrencias «brillantes» que me habían convertido probablemente en el ser más odiado de todo el vecindario. Una sonrisa diabólica se dibujó en mi rostro mientras miraba el asqueroso plato de kimchi.

¿Qué hay peor que comer kimchi? Solo una cosa: comer kimchi salado.

Miré hacia la entrada para asegurarme de que no me vieran, y luego caminé hasta el recipiente de la sal. Tomé un puñado enorme y volví sobre mis pasos hasta estar cara a cara con la col china fermentada.

«Lo siento, Nae, pero tu novio va a probar la peor cena que has hecho en tu vida», me dije y casi reí como la bruja malvada de los cuentos infantiles.

Pero mamá entró de improviso a la cocina.

—¿Cariño?

—¿S-sí?

Me volteé con torpeza. Me había atrapado con las manos en la masa —o en la sal—.

—Necesito que me alcances unos vasos que están muy altos en el armario.

—Sí —respondí, aún nervioso—. Enseguida voy.

Por más que intenté pasar desapercibido, su mirada se fijó en el puñado de sal en mi mano.

—¿Probaste la cena? —preguntó con curiosidad—. ¿Hay algo desabrido?

—Eh... no, no la quería para eso.

—¿No? —Parecía confundida.

Y, como el cuentista que soy, comencé a inventar.

—Oh... verás, mamá, alguien me contó que cuando se derrama sal en casa los espíritus malignos se sienten atraídos, y que por eso es necesario arrojar un poco más por encima del hombro izquierdo para alejarlos... ¿o era acaso el derecho?

Aunque tú nunca me elijas © [✓]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora