Capítulo 7

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Dedicado a ItzabellaOrtacelli

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Dedicado a ItzabellaOrtacelli

***

—Necesito dinero.

Nae levantó una ceja con desconfianza. Sabía que nada agradable debía estar pasando por su cabecita de «hermana-mayor-madre-sobreprotectora».

—Ayer no dormiste en casa y hoy me pides dinero. ¿Acaso estás metido en las drogas?

Martín se ahogó con los cereales que se estaba comiendo descaradamente a nuestro lado en la encimera. Comenzó a toser y tuve que darle un par de puñetazos en la espalda. Lo hice con un poco más de fuerza de la requerida para que entendiera bien claro el mensaje: «Corta el rollo, imbécil».

—¿Estás bien? —le preguntó Nae con preocupación.

Asintió y elevó su pulgar para reafirmarlo. Entonces, ella volvió su atención a mí.

—No te preocupes —le dije—, no estoy metido en nada ilegal.

«Al menos, no esta vez —añadí mentalmente. Lo pensé mejor y rectifiqué—: Bueno, al menos no tan ilegal».

—Es para una buena causa —agregó Martín.

Quise que se callara de inmediato, temí que empeorara las cosas. Sin embargo, noté que Nae suavizó la expresión al escucharlo. ¿Cómo podía creerle a él en lugar de a mí? En realidad, se me ocurrían muy buenos motivos. Pero me sentí ofendido, de cualquier modo.

Nae suspiró profundo y abrió su bolsa. Tomó unos billetes y me los extendió.

—Aquí tienes —me dijo y abrió mucho sus ojos negros—. No te metas en problemas y regresa temprano a casa, ¿entendido?

—Alto y claro. Lo juro —dije y sonreí tanto que mis mejillas dolieron—. Sabes que eres la mejor hermana de la historia, ¿cierto?

—Lo sé, pero cuando lo dices tú pierde credibilidad.

—Oh, Nae —respondí con dramatismo—. Lastimas mi pobre corazón.

Puso los ojos en blanco y sonrió ligeramente.

Con ella nunca funcionan ese tipo de artimañas, pero siempre logro salirme con la mía de algún modo. Supongo que esa noche me ayudó bastante que tuviera que irse con prisa al ensayo. Aunque no me gusta involucrarla en mis líos, Martín estaba tan en la quiebra como yo. En términos de dinero... no teníamos ni cinco dólares entre los dos. Además de que había prometido llevarlo a un club de strippers y pagar por mi cuenta las entradas.

—Bien, nos vemos mañana. Sean buenos chicos, ¿sí?

—Siempre —respondimos Martín y yo al unísono. Nos faltó muy poco para soltar una carcajada delatora.

Aunque tú nunca me elijas © [✓]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora