Resultó que tomarme las pastillas si me hicieron un bien: dormía tranquila y ya no ocurrieron más... alucinaciones/delirios/violaciones. Aparte, mi padre también estaba más tranquilo.
Volvimos a ser los mismos de antes.
La casa seguía encerrada y yo esperaba que no fuera para siempre. No quise decirle al otro día que por favor no echara seguro más, porque sabía que entonces mi enfermedad reluciría en la conversación para él alegar que se sentía inseguro al dejarme salir.
Pero me sentía supremamente bien después de casi tres semanas de medicación, y la noche estaba tan calurosa que quería salir a dar una vuelta.
Me pinté los labios de rojo ramera.
Sí, ramera, porque la abadesa lo denominó así cuando me prohibió volver a llevarlos pintados en ese color. Yo le dije que no era rojo ramera, que eso ya era muy anticuado, sino rojo puta, y eso la enfureció a tales proporciones que uno de sus ojos sufrió un tic nervioso. Pero le dije que en honor a ella desde ese día en adelante lo llamaría rojo ramera para que sonara más sofisticado, extendí mi mano a su boca y se la pinté.
A la pobre vieja casi le da un patatús, recuerdo haberle dicho como si fuera Juliette:
—Le sienta, Madame. —Y le guiñé un ojo. Ella se enrojeció un tanto más que el pintalabios. Ese fue otro motivo para mi expulsión.
Me reí al recordarlo mientras ahora aplicaba un poco de rubor en mis pómulos. Antes no me dejaban maquillar mucho, así que era generosa con cada proporción. Me gustó el resultado que vi en el espejo. Acomodé las ondas de mi cabello sobre mis hombros, sonreí y me guiñé un ojo a mí misma.
Descorrí por completo las cortinas, decidí que sería una nueva Alondra. Sin temor a tener contacto fijo con un chico, sin prejuicios con nada que tuviera que ver con los placeres sexuales y con la motivación completa de ser tan atrevida como lo eran las protagonistas de mis libros eróticos.
Inmediatamente miré a la casa de Matías. Era noche de sacar la basura, así que él iba bien juicioso sacándola. Procuré dejar las luces encendidas para que me notara, yo estaba con una enorme sonrisa para que me la respondiera, pero él ni siquiera se fijó en mi casa. Él vio ansioso de un lado al otro de la calle y seguido de ello se encaminó hasta donde nuestros vecinos.
La mandíbula se me desencajó al ver que la misma señora Adams le hacía señas para que él se acercara. Cuando estuvo lo suficientemente cerca, ella lo jaló de su camisa para besarlo en la boca. Cerraron la puerta.
Pero... ¡¿qué mierdas?! No. No. No. Se suponía que esa noche yo saldría y me presentaría a mis vecinos, específicamente a él para entablar una amistad y, en un futuro, algo más romántico, sexoso, lujurioso, lascivo, pecaminoso; como le quieras decir. Aunque las palabras en global lo definían muy bien.
Ay, me sentí triste.
Volví a cerrar las cortinas y me senté en mi cama sintiéndome como una estúpida. Me vi en el espejo y sentí ganas de llorar. Tanto que me había arreglado para nada. Y le eché la culpa a mi padre, no sabía por qué diablos siempre tenía que llegar tan tarde. Se supone que si trabajaba para el gobierno debería haber tenido un horario más flexible. No sé. El reloj marcaba las 11:15 pm.
De entrada, ya era una locura ir a la casa de Matías a esa hora, pero a mí me importaba muy poco. Estaba cien por ciento decidida en que en ese día saldría por fin de mi casa. No podía quedarme encerrada para siempre, ni que yo fuera Rapunzel. Aunque, a decir verdad, me encantaba la película y en ciertas ocasiones me identificaba. Recordé una frase que repetía en mis días más oscuros porque mantenía viva esa llama dentro de mí de la cual ya hablé: «Es la alegría de ser lo que me hace vivir».
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Sexo A Medianoche [+21]
Romance¿A qué tanto se atrevería una pareja para mantener a flote su matrimonio? ¿Qué estarían dispuestos a hacer un par de jóvenes por ayudarlos? ¿Podrá una profesora no ser juzgada por su alumno al confesarle su verdad? Y ¿un chico logrará hacer realidad...