31 - Se Me Paró.

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Mark y Amanda esperaban por mí fuera de la prisión. Mientras me acercaba a ellos, la abadesa me servía de soporte para no caerme al piso. Ella fue quien me acompañó al interior de ese lugar de desahuciados. Dijo que le serviría para desempañar su estatuto como sierva del Señor: rezar por los presos.

—¿Estás bien? —preguntó el matrimonio Adams.

—Sí, sí —dije, pero no lo estaba. Ahora tenía un niño en mi vientre que no podía abortar. O sea, sí que podía hacerlo, pero es que era de Mark, y ese hecho cambiaba fortuitamente las cosas.

—¿Ernesto...?

Ellos eran bastante discretos como para no preguntar directamente qué me había dicho, así que les ahorré el esfuerzo.

—Él me contó lo que ya sospechábamos: mi madre estuvo con él por voluntad propia. Eh, sus padres..., ellos eran unos enfermos, los criaron en este mundo retorcido en que tocarse entre la familia está bien.

Y no sé si fui hipócrita al decir eso, porque, al fin y al cabo, yo era fan de Flores en el Ático, y amaba que esos dos hermanos se hubieran enamorado. Solo que... visto de la forma en que mis progenitores fueron llevados a eso, no me pareció sano ni romántico ni mucho menos. Aunque, a pesar de todo, mi mente lectora quería darles un sentido: no tuvieron más refugio que no fuera en los brazos del otro.

Yo nunca había tenido unos padres de verdad, y siempre me había lamentado por ello. Veía dicha relación como una manera de soportar la vida; como un refugio. Por ejemplo, cuando yo me sentía ser parte de nada, no sabía a quién acudir. Y me hubiera gustado en esos momentos tener una madre, comentarle de mis inquietudes y de mis anhelos. Pero no tenía cerca de mí nada parecido, a excepción de las monjas del colegio, que, comprenderás, no podía ir y decirles que detestaba estar en ese lugar, y con Ernesto la relación era... sencilla, yo no sabía nada de él y él no sabía mucho de mí.

Siempre me sentí perdida debido a ello. Veía como las compañeras del colegio hablaban sobre qué querían sus padres para sus vidas. Y envidiaba no tener algo como eso, alguien que me dijera qué camino seguir. Era insoportable, ya que a veces no basta con lo que queremos, porque la mayoría de veces somos inseguros; pero cuando alguien está ahí y te apoya y te ayuda a descubrir quién eres, se siente como... No lo sé, porque nunca pude experimentarlo, pero supongo que se sentiría bonito.

Por eso, en cierta medida, sentí lastima por ellos. No sé qué tan grande fue la confrontación de Ernesto al saber que había sido abusado por su madre todos esos años, pero supongo que fue inmensa para así poder apagar todas sus emociones y solamente existir. Odiaba lo mucho que podía entenderlo, porque, de la misma manera, yo estaba... apagándome. Solo sabía que, ni remotamente, podría hacerle a alguien más el daño que él me causó a mí.

—Dios —musitó Amanda—, eso es terrible.

—Lo sé, puedo entender por lo que pasaron: su lugar seguro se convirtió para ellos en un infierno. Por eso espero que de la misma manera Ernesto pueda entender por qué no quise perdonarlo.

Amanda y Mark plegaron sus labios en una sonrisa condescendiente.

***

Al llegar al colegio, la abadesa me llevó hasta la banca de cemento mientras Amanda y Mark recogían mis maletas en mi habitación compartida. Ya estaba repuesta del todo así que ya era la hora de hacerme los chequeos pertinentes para el aborto.

—Alondra, ¿estás segura de que es lo correcto?

No, no lo era. No después de saber que era hijo de Mark. Pero eso yo no podía decírselo a ella. Mark, como no podía ser de otro modo, terminó por conquistarla con esa sonrisa hermosa que siempre traía. No quería que sus impresiones sobre él cambiaran por mi culpa, no tanto mía, sino de la religión.

Sexo A Medianoche [+21]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora