8 - Amanda. (Parte II)

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Mark y yo regresamos a terapia.

Había transcurrido una semana ya desde que ambos terminamos corriéndonos en la habitación. Debo admitir que, en ese transcurso, me corrí más de una vez. Era como una loba con un hambre voraz que había sido desatada. Solo que mi alimento se encontraba en la intimidad de mis pensamientos, que, luego de satisfacerlos, me hacían sentir terriblemente mal. No podía mirar a Mark a la cara, y él... él estaba obstinado.

Sin embargo, no lograba ser suficiente. Temía que pronto terminara engañándolo. Porque, he de confesar, empecé a crear situaciones que provocaran que Matías y yo nos viéramos, como barrer el pórtico a altas horas de la noche para que me viera.

Al principio fui recatada, mostrándome incluso indiferente, pero después me convertí en una posesa que no tenía ningún tipo de vergüenza ni para salir a la calle con mi camisón de pijama.

Verlo sacar la basura con la misma intención de verme atizaban esos escenarios que no dejaban de pulular por mi mente. Cada vez que se él se devolvía a su casa sin atreverse a cruzar la línea, yo hacía lo mismo, explayándome en el sofá con las piernas abiertas y excitada, con la loba aullando dentro de mí por conseguir que él fuera mi macho.

Y ahí estaba yo otra noche, introduciéndome los dedos; impulsando mis pensamientos a ir más allá de la última vez:

Me encontraba de frente apoyándome contra el bote en la calle solitaria y oscura, y Matías me decía guarradas al oído mientras con la punta tocaba sin entrar en mi sexo.

—¿Quieres sentirme dentro tuyo, señora Adams?

—Sí —jadeé.

—¿Qué tanto lo quieres?

—Entra ya, por favor —lo apresuré, y él entró.

Como dije, no lograba ser suficiente, pero de a momento me conformaba con que mi dedo emulara su polla. Otro dedo... Ahhh...

—¿Así?

—Sí...

—Deberías hacerlo a solas en tu habitación, digo, podrían verte por la ventana.

Al escuchar esa voz tan reconocida por mí, sentí otro tipo de bochorno, el de la vergüenza. Abrí mis ojos y tragué saliva. Mark dejó su saco en el sofá más cercano a él y se limitó a no decir nada más y seguir su trayecto hacia las escaleras.

—En el comedor te dejé servido —le dije con una voz pastosa.

—No tengo hambre —respondió él cuando subía por los peldaños.

Y yo me quedé imaginando cómo sería que mi esposo me hubiese encontrado con mi vecino en pleno coito. Dímelo, juro que esta y todas las noches cumpliré tus fantasías.

Era demasiado para decírselo.

La terapeuta aguardaba frente a nosotros en su asiento, expectante a que le relatáramos todo nuestro progreso. Mark no dijo una sola palabra, se quedó sentado junto a mí en la habitación de tonos grises mientras yo daba las buenas nuevas de mi progreso.

En cierta parte me sentía culpable, pero cada vez me daba más cuenta de que no podía luchar con mis deseos más oscuros, de modo que dejé el combate conmigo misma y me dije que, mientras nadie lo supiera, todo iría bien, que tal vez con el pasar del tiempo lo dejaría... Estaba muy equivocada.

Por eso fui meticulosa en narrar nada más los hechos importantes: había empezado a tocarme nuevamente.

La terapeuta alzó inquisitivamente sus dos cejas.

—¿Eso quiere decir que estás involucrando a tu vagina?

Afirmé con mi cabeza.

—Sí.

Sexo A Medianoche [+21]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora