La luna resplandecía ligeramente sobre el rostro de Matías, su nariz perfilada, sus pómulos y sus pestañas en donde pequeñas gotas de lágrimas las unían haciéndolas largas y rizadas, como las de un bebé. Eso era en media parte de su cara, porque la otra estaba envuelta entre los cobertores y la oscuridad de la habitación.
Desde que le había dicho todo, las palabras en él fallaban. No sabía si se debía a su estado de ebriedad o a que en realidad no sabía cómo procesar todo eso. Pero sí había llorado, agarrándose la cabeza y mirando al suelo. Amanda y Mark decidieron dejarnos a solas con la intención de que entre él y yo pudiéramos hablar al respecto, pero Matías, como dije, no tenía nada que decir. Y eso estaba bien para mí, que últimamente había aprendido a lidiar con el dolor omitiéndolo; encargándome de traer no uno sino dos niños al mundo para al menos hacer feliz a alguien con mi miserable vida.
Pero no sé qué tenía su mirada o el tacto de su mano contra la piel de mi rostro, que hacía que una a una todas mis barreras a medio construir se estuvieran haciendo añicos. No quería llorar, no más. No otra vez frente a él. Pero, rayos, no podía evitarlo. No sé por qué se me ocurrió que traerlo a mi habitación en casa de los Adams sería una buena idea.
Su pulgar recogió una lagrima y luego otra y otra hasta que se volvió algo inútil, entonces, Matías me atrajo hacia él y me abrazó fuertemente, dejándome esconder la cara entre su pecho. Y por fin, en medio de una voz atragantada, dijo algo.
—Estaremos bien, ¿de acuerdo? Ya no vas a estar sola, Alondra.
Y ese estaremos logró llenarme por completo. Habría querido decirle que mis problemas, mis dolores, no tenían por qué también ser los suyos, ¿pero a quién podría engañar diciéndole eso? La verdad es que la persona que la está pasando mal solo busca que alguien haga de sus problemas los suyos, que lo abracen y le den ese empujón que no le permita hundirse en medio de tristezas.
Y ahí, atrapada en sus brazos, lloré con más fuerza porque entendí que ya no estaba sola. Ya no más.
***
Amanda y yo íbamos de camino a mi casa, cuando estuvimos en el frente, quité el aviso de venta clavado en el césped. Abrí la puerta y dejé que Amanda entrara. Yo tomé una gran bocanada de aire y me envalentoné para seguirla. Esa era la primera vez que iba a ese lugar después de que... Después, solo después.
Ella me tomó de la mano y juntas subimos las escaleras para ir hacia mi habitación. Puesto que la casa pronto tendría un dueño, se me era necesario ir a por mis cosas; las que quería conservar, al menos.
Una vez que la puerta fue empujada, las imágenes se me sucedieron en la cabeza y un estremecimiento me recorrió el cuerpo.
—¿Estás bien? —preguntó ella—. Si quieres baja y yo me ocupo de esto.
—No —dije—, estoy bien.
Caminé hacia las estanterías de mis libros y empecé a sacarlos uno a uno. No encontraba el que había sido el causante de mi expulsión del colegio, así que le pedí ayuda a Amanda.
—¿Cómo se llama? —preguntó.
—Juliette o las prosperidades del vicio.
—Del Marqués. Vale.
Y ahora las dos sacábamos los libros para almacenarlos dentro de las cajas. Cuando todos estuvieron guardados, nos miramos negando con la cabeza. Me incliné hacia el suelo y empecé a repasar los títulos otra vez, pero el resultado fue el mismo: nada.
—Otra vez —dije, y empecé con la misma búsqueda de hacía un rato.
—Alondra, ya hemos buscado y estoy completamente segura que ahí no están.
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Sexo A Medianoche [+21]
Romance¿A qué tanto se atrevería una pareja para mantener a flote su matrimonio? ¿Qué estarían dispuestos a hacer un par de jóvenes por ayudarlos? ¿Podrá una profesora no ser juzgada por su alumno al confesarle su verdad? Y ¿un chico logrará hacer realidad...