El domingo Matías y su abuela tuvieron terminadas las pinturas, y, como lo había mencionado, ella me mostró las que había hecho de su esposo.
Sí nos parecíamos un poco, solo que él tenía los ojos avellanas mientras que los míos eran oscuros. Por lo demás, el pelo y la piel conservaban el mismo tono. También me enseñó sus álbumes, y, como dijo Matías, muchos de sus recuerdos incluían fotos en las marchas del orgullo gay.
—Alonso tenía un hermano —explicó—, y era gay, gay, ¿me entiendes? En esa época estábamos todos locos, así que cuando supimos del primer movimiento gay aquí en España, no nos lo pensamos dos veces. Dios, recuerdo que pensaron que yo era una mujer trans.
La señora soltó una risotada y me siguió enseñando sus recuerdos. Varios de sus amigos murieron en la pandemia del sida, incluyendo a su cuñado y dos amigas cercanas. La mirada se le veló de tristeza, pero rápidamente se recompuso.
—No hay que recordar los malos momentos, ¿verdad? Él fue feliz, y murió siéndolo. Y ellas también.
El resto del día nos la pasamos viendo películas en la sala, con la chimenea encendida. Las festividades decembrinas ya se estaban acercando, y el tiempo arreciaba cada vez más en ponerse frío. En la ciudad no lo sentía tanto, pero ahí en las tierras altas como que todo se sentía más. El silencio, la paz, el oxígeno, la añoranza...
El lunes por la mañana nos despedimos, ella me besó en la mejilla diciéndome que por favor fuera con Matías más seguido. Le prometí que siempre que me invitaran, así haría.
—Es un buen muchacho —me susurró refiriéndose a su nieto—. Trátamelo bien que tiene un enorme corazón..., aparte de otras cosas si es que heredó lo de su abuelo.
Me reí cuando me guiñó el ojo.
—¿De qué se ríen? —preguntó Matías cuando regresó del auto en el que estaba guardando nuestro equipaje.
—Oh, de nada, cariño... —Ella le dio un beso—..., regresen pronto.
Nos despidió con su mano mientras que nosotros tomábamos nuestros asientos.
En el camino de regreso a casa, Matías iba sereno tarareando una canción en inglés, a veces hasta sonreía. El coro decía algo como «Nathin Gana Hart Yu Beibi». La verdad es que se me daba fatal el inglés. Cuando esta terminaba, volvía a reproducirla.
—Gracias por haber venido —me dijo—, la he pasado bastante bien.
—Yo también, la verdad. ¿Has logrado lo que querías?
—Un poco, sí. Hay que seguir adelante, ¿no?
—Si no hay de otra, no hay de otra.
Cuando llegamos al edificio en Gran Vía, el cielo se había roto en un aguacero. Procedimos a despedirnos en un abrazo amistoso.
—Me cuentas cuando te coman el culito —pidió cuando dejó de abrazarme, yo le saqué el dedo del medio. Oí su risa al abrir la puerta para bajarme con mi mochila y el cuadro envuelto en bolsas plásticas. Pero antes de sacar las piernas, lo miré divertido.
—Y tú no te prives de que te lo coman porque ya no tienes a ningún hombre, podrías decirle a esa tal Alondra que experimente contigo. Mira que Alicia lo ha hecho con Eric. Puedo decirles que me den el contacto en donde consiguieron ese arnés tan bonito.
—Un arnés con una polla, ¿dices?
Asentí, Matías me miró horrorizado.
—Vete ya, David. —Su voz entre el enojo y la risa.
—O... —Decidí picarlo, como él había hecho conmigo todo este fin de semana—..., si lo mío tampoco se da con ellos, de pronto volvamos a esa casita en el bosque y ahora si durmamos abrazados.
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Sexo A Medianoche [+21]
Romance¿A qué tanto se atrevería una pareja para mantener a flote su matrimonio? ¿Qué estarían dispuestos a hacer un par de jóvenes por ayudarlos? ¿Podrá una profesora no ser juzgada por su alumno al confesarle su verdad? Y ¿un chico logrará hacer realidad...