28 - Nada Va A Herirte Cariño.

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—¡NOOOOOOOOOOOOOOOO! —grité sentándome de golpe en la cama. Llevé una mano a mi pecho mientras intentaba calmar mi respiración. Las gotas de sudor se deslizaron por mi frente y me provocaron picor en la tumefacción que cada día se hinchaba más y más.

Quise ir a la cocina por un vaso de agua, pero se me era imposible: ahora mi habitación también tenía seguro. Ernesto dijo que era mejor de esa forma para mi salud. Así que me levanté y fui al baño, abrí el grifo y me lavé la cara, siendo cuidadosa con mi frente. En el cuenco de mi mano tomé un poco de agua y la llevé a mi boca. Mi garganta lo agradeció.

Me miré en el espejo; me encontraba demacrada, las bolsas moradas debajo de mis ojos me hacían parecer como una anciana y mi cabello había perdido su color, estaba seco... sin vida. Los huesos de mi rostro se hacían cada vez más prominentes con el pasar de los días. No quería comer, el estómago lo sentía como un pequeño frijol que no permitía el paso de nada. Suspiré y quise llorar, pero no pude. Las lágrimas ya no salían... A decir verdad, me sentía muy debilitada siquiera para lamentarme.

Me pregunté cuánto duraría de ese modo hasta morir.

Regresé a mi cama y me senté en el borde frente a mi ventana.

Yo había intentado pedir ayuda; grité, golpeé los cristales, pero nadie quiso acercarse. Seguí intentándolo, hasta que un día una pareja se acercó para ver de qué se trataba, les pedí auxilio con una nota, pero Ernesto salió rápidamente con los informes en donde me diagnosticaban con esquizofrenia, la pareja me miró con lamentación y se marcharon.

Cuando Ernesto subió a mi habitación, parecía tranquilo, solo llevó una pastilla a mi boca e hizo que me la tragara. Y yo lo hice, porque esas pastillas me producían sueño. Me di por vencida en lo de pedir auxilio..., a lo mejor sí estaba loca.

Y esas pesadillas recurrentes en donde me llevaban al psiquiátrico no dejaban de atormentarme. Pensaba que la única persona que podría ayudarme sería Matías, pero él ya se había ido para donde sus abuelos. De todos modos, ¿qué podría haber hecho él? Yo no le había desmentido que estaba enferma, así que, cuando él se acercara y viera mis notas en donde le pedía ayuda, mi padre saldría con esos informes abalando mi enfermedad. Y Matías simplemente se iría, sonriéndome con lastima, como lo hacían todos aquellos a los que mi padre les enseñaba mis informes. Porque claro, lo de la noche pasada Matías lo había visto como un episodio de la enfermedad, y yo no le dije que no era por eso sino porque mi padre abusaba de mí.

Ernesto se la pasaba las 24 horas del día en casa. No había ni un segundo en que me dejara sola, por ende, siempre estaba alerta a esas veces en que alguien se acercaba para socorrerme. A través de los resquicios de la puerta podía oír sus llamadas a través del celular, estas eran recurrentes con un solo motivo: buscar una nueva casa. Ya había concretado la compra de una y nos mudaríamos en menos de una semana.

Así que a mí solo me quedaba esperar a ver qué pasaba. Matías me había dicho lo de los milagros, y por un instante quise creer en la existencia de ellos. Pero ahora los días pasaban y yo seguía encerrada, sin un atisbo de que alguien me salvara. «Los milagros no existen», le había dicho yo, y ahora creía firmemente en eso.

Me quedé por un largo rato viendo fijamente la casa de Mark, en todas esas veces que intenté hacer ruido para que desviaran su mirada hacia mí, él nunca había prestado atención. Cuando salía de su casa lo hacía en su auto, y cuando llegaba se adentraba directamente al garaje. Los sonidos no llegaban hasta donde él. Y cuando salía junto con su esposa a correr, ambos lo hacían con los auriculares taponando sus oídos. Era imposible para mí llamar su atención. Me dije que la vida realmente me odiaba, entonces ¿para qué seguir preservándola? Por eso no me preocupaba tanto el no comer.

Los días que pasaban me la vivía acostada, viendo hacia la pared, ya no quería mirar a la ventana y ver como todos parecían ser felices. Cuando Ernesto subía a dejarme algo de comer, me miraba con preocupación e intentaba decir algo, pero cerraba la boca y salía de la habitación.

La mayor parte del tiempo me la pasaba durmiendo, casi no iba al baño, puesto que no había nada en mi estómago que expulsar, así que las duchas también las había sacado de mi rutina. La respiración se me hacía cada vez más lenta y cuando despertaba ya no podía mantener los parpados abiertos. Si hubiera querido levantarme de la cama, igual no lo habría podido hacer: mis huesos estaban frágiles, mis músculos sin fuerza...

Una mañana me desperté verdaderamente mal. Cuando abrí los ojos mi padre estaba llorando sobre mí, acariciándome el pelo. Dejé que lo hiciera porque, a pesar de estar muriendo, se sentía bien que alguien estuviera ahí para consolarme. Así fuera él, ya no me importaba, ya no estaba segura si quien decía la verdad era él o yo.

Una pequeña lagrima se deslizó por mi mejilla.

—Ya no sé cómo detener esto —susurró él.

—Dé... jame... a... quí. No... im... porta. —Sonreí, pero el hecho de hacerlo me produjo dolor en la mandíbula.

Él se tapó la cara con sus manos y se recostó en una pared para llorar sin parar. Cuando moví mi cabeza para mirar hacia la puerta, Matías y Mark entraban por ella, sonriéndome. No dijeron nada, simplemente se acostaron a mí lado para abrazarme cada uno. Me sentí feliz, sentí que ellos habían venido para llevarme a otra dimensión.

Mientras mi habitación se convertía en un lugar que se me antojó lo más parecido al cielo, Matías tarareaba parte de nuestra canción en mi oído, pero ya no en inglés sino en español, mientras, Mark me acariciaba el rostro y me sonreía con esa sonrisa cegadora que desde el momento número uno me había encantado.

Nada va a herirte cariño

mientras estés conmigo estarás bien

Nada va a herirte cariño

nada va a alejarte de mi lado.

Un sonido estridente se oyó en la casa y en cuestión de segundos vi personas entrando por la puerta de mi habitación. No los conocía, a ninguno, pero después apareció la abadesa con Irina. Y yo no lograba entender qué estaba pasando, me dije que a lo mejor habían venido como un delirio a despedirse de mí...; al igual que Mark y Matías.

Unos hombres uniformados se acercaron a mi padre para ponerle las esposas en sus muñecas y él no se resistió, me miró por una última vez y yo vi que sus lágrimas seguían desbordándose. Cuando lo arrastraron por la puerta, se detuvieron frente a la abadesa, esta le dio una bofetada con una furia incontenible, Irina le dio un puño en la entrepierna. Ernesto se resintió por el dolor, pero lo único que pudo decir mirándolas fijamente fue:

—Gracias por venir. —Y se lo llevaron.

Cuando Irina y la abadesa empezaron a acercarse a mí, se me cerraron los ojos y morí.





Nota de autor: No me odien X2. Ya lo entendieron, ¿no? Pido perdón por el enredo :3 

Sexo A Medianoche [+21]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora