Cuando tuve la convicción de que el señor Adams estaba al tanto de la infidelidad de su esposa, salí corriendo para alcanzarlo y poder ver así la escena que se armaría. Pero cuando llegué a nuestra calle, agitada y con los labios reventados a causa del frio, vi que la casa de él estaba en completo silencio.
Miré hacia la casa de Matías, y al parecer él ya se encontraba en su habitación: se vislumbraban las luces de su televisión encendida resplandeciendo en su ventana.
Miré otra vez hacia la casa del señor Adams. «No es engaño si lo sabes». Había algo entretejido en esas palabras que no lograba captar del todo. Quizá se debía a que mi cabeza estaba congelada y no podía pensar muy bien. Finalmente me adentré en mi casa, no vi rastros de mi padre, de modo que subí directo hacia mi habitación, me di una ducha con agua caliente y me enfundé en mi caluroso pijama de invierno, aunque este aún no había llegado.
Cuando iba de camino hacia mi peinadora para secarme el cabello, me detuve. ¡El suelo ya no se encontraba arañado! Hasta hacía poco seguía viendo las marcas de mis uñas —juré que esa misma tarde las había visto—, y me preguntaba qué tanta verdad había en mis alucinaciones... Me alegré de que el medicamento sí estuviera haciendo su efecto.
Me senté en la butaca y enchufé el secador, el aire caliente me alivió las sienes y pude pensar mejor ya sin esa fatídica sensación de que mis neuronas se encontraban dentro del freezer. Murmuré las palabras otra vez. «No es engaño si lo sabes». La frase en cuestión me daba a entender que el señor Adams lo sabía todo, pero ¿por qué el no hacía anda al respecto?
Respingué cuando tocaron a mi puerta.
—Pasa —dije.
Mi padre entró mirando la ropa que me había quitado desperdigada en el suelo.
—¿Te mojaste?
Había procurado no lanzarme a la piscina con ella puesta, pero de igual manera al ponérmela de nuevo mi pelo y mi ropa interior terminaron por empaparla.
—Eh..., sí. Había un charco en la carretera y una camioneta pasó volada salpicándome toda el agua encima. —Hice un mohín con mi nariz.
Mi padre miró una vez más la ropa y luego se acercó hacia mí.
—Abre la boca —me pidió, obediente lo hice y el colocó la pastilla en la punta de mi lengua. Me tendió el vaso de agua y lo rechacé, la pastilla era tan diminuta que fácilmente la podía pasar con mi saliva.
—¿Cómo te fue? —inquirió, yo apagué el secador para responderle.
—Oh, muy bien. Respirar fuera de casa me sienta de maravilla.
Él se rascó la cabeza.
—Lo estuve pensando mejor y creo que...
Me levanté de la butaca.
—No, ya me diste tu palabra.
—Pero es que siempre has sido muy difícil de controlar, cariño. Cuando estabas en el colegio no dejabas de hacer cosas que sacaban a las monjas de sus casillas, y yo no puedo permitirme eso en este instante. Entre el trabajo y tu condición... Entiende, no necesito más preocupaciones que esas.
Sentí lágrimas arremolinándose en mis ojos. No podía permitir que me negara ese pequeño espacio de libertad que él ya me había concedido. No ahora que me sentía envuelta en la historia retorcida que se traían mis vecinos. Porque ah, el señor Adams no me había dicho mucho, pero yo estaba dispuesta a averiguarlo.
—Juro que no seré así contigo, tú eres mi padre y a ti sí te quiero, y quiero permanecer aquí contigo. En el colegio todo era distinto, desde que me internaste allí nunca tuve las ganas de quedarme.
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Sexo A Medianoche [+21]
Romance¿A qué tanto se atrevería una pareja para mantener a flote su matrimonio? ¿Qué estarían dispuestos a hacer un par de jóvenes por ayudarlos? ¿Podrá una profesora no ser juzgada por su alumno al confesarle su verdad? Y ¿un chico logrará hacer realidad...