DESEMBARCO DEL REY

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Arya despertó bruscamente a causa de los golpes en la pared y los gemidos de placer de la otra habitación.  Su hermana estaba con alguien, pero aquello no fue lo que más le extrañó, sino el hecho de que los dos estaban follando como animales en celo. Jamás había imaginado a una mojigata como Sansa en una situación como esa. Claro que, después de todo lo que habían pasado desde que abandonaron Invernalia junto a su padre, Sansa ya no era la misma que era, al igual que ella.

En vista de que no iba a volver a conciliar el sueño a causa del escándalo que había en la habitación de al lado, decidió levantarse de la cama. Aún se encontraba débil, pero ya tenía las fuerzas suficientes como para tenerse en píe. Además, Sansa estaba en aquellos momentos demasiado ocupada como para regañarla.

Sus ropas se encontraba sobre una silla. Se vistió y fue a coger a Aguja, pero cayó en la cuenta de que no era conveniente que la vieran con ella si era Daenerys quién mandaba ahora, así que la dejó en la silla. Si cogió su daga de acero valyrio, la que le regaló Bran y con la que mató al Rey de la Noche, la cual insertó en la parte de atrás de su cinturón, cubriéndola con la camisa.

Salió de la habitación sigilosamente. Se acercó a la puerta de la habitación de su hermana, acercando el oído a la madera. El ruido de folleteo aún continuaba al otro lado y tenía pinta de ir para largo. Arya sonrió maliciosamente. Por sus gemidos, su hermana estaba disfrutando de lo lindo, tanto que hasta llegó a darle envidia. Sintió unos terribles deseos de abrir la puerta, solo para saber quién era el maromo que la estaba empotrando, pero desistió, ya que Sansa se iba a poner muy furiosa si lo hacía. Así que lo mejor era dejar que siguiera gozando como una perra mientras ella se dispuso a hacer lo que tenía pensado hacer.

Empezó a caminar por los pasillos de la Fortaleza Roja en dirección a las mazmorras, esquivando a todos los guardias con los que se encontraba. Llegó a una puerta que daba a unas escaleras que bajaban a las mazmorras, pero esta estaba vigilada por dos soldados. No eran ni Inmaculados ni Dothrakis, pero por aquellas armaduras que llevaban, negras y con el dragón tricéfalo de los Targaryen grabado en el pecho, estaba claro que servían a Daenerys. No le quedó más remedio que acercarse a ellos. Estos le cortaron el paso apuntándola con sus lanzas.

– ¿Dónde te crees que vas? –le dijo uno de los soldados amenazante.

– Quiero ver a Jon Snow –respondió ella.

– Jon Snow ya no está prisionero. La Reina ordenó que lo liberasen. A él y al enano.

Arya arqueó las cejas. No se esperaba aquello.

– ¿Sabéis dónde puedo encontrarlo?

– ¿Tengo cara de saberlo?

– Entonces, quiero ver a Bran Stark.

– Nadie puede ver a Bran Stark sin el permiso de la Reina.

Arya supo enseguida que esos dos le iban a dar problemas, así que llevó disimuladamente una de sus manos detrás de su espalda y agarró el mango de la daga. No estaba en condiciones de luchar, pero aquello no le importaba. 

Afortunadamente, no llegó a haber ningún enfrentamiento. Kinvara apareció en aquellos momentos y se acercó a la joven Stark.

– Descansad, soldados. Es la hermana de la Reina en el Norte y una invitada de nuestra Reina.

– Quiere ver al Rey Roto y no tiene permiso de la Reina –replicó el soldado.

La Suma Sacerdotisa lo miró fíjamente.

– Dejad que entre. Yo respondo por ella.

Los soldados asintieron y se relajaron, permitiéndoles el paso. Arya y Kinvara bajaron las escaleras y caminaron por un largo pasillo iluminado con antorchas. A medida que caminaban, comenzaron a pasar junto a varios sacerdotes y sacerdotisas rojos apostados a ambos lados. Todos se encontraban sentados en el suelo y parecían estar en trance. Arya los miró extrañada.

DAENERYS TARGARYEN: EL REGRESO DE LA REINA DRAGÓNWhere stories live. Discover now