REFUGIO ESTIVAL

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Tras una lenta marcha por el Camino Pedregoso, la comitiva del Príncipe de Dorne llegó hasta las ruinas del castillo que la Casa Targaryen solía utilizar para pasar el verano hasta que fue destruido en un trágico incendio que se llevó la vida del rey Aegon V y de mucha otra gente. El Príncipe encabezaba la marcha montado sobre su caballo. Uno de sus subordinados se acercó a él para hablarle en confidencia.

– Creo que deberíamos parar aquí. Los hombres están cansados.

El Príncipe negó con la cabeza.

– Quiero llegar a Lanza del Sol cuanto antes. La ira de Daenerys Targaryen contra nosotros será feroz y tenemos que estar preparados para cuando ataque.

La comitiva se preparaba para continuar la marcha, pero se detuvo de golpe cuando un jinete apareció ante ellos. La guardia personal del Príncipe se puso alrededor de él mientras el jinete se iba acercando. Cuando estuvo lo suficientemente cerca como para ver quién era, el Príncipe se quedó boquiabierto al reconocer a aquel hombre joven de melena plateada con un mechón negro que tenía delante.

 Cuando estuvo lo suficientemente cerca como para ver quién era, el Príncipe se quedó boquiabierto al reconocer a aquel hombre joven de melena plateada con un mechón negro que tenía delante

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– ¡Gerold Dayne! ¿Qué haces aquí? Se suponía que estabas en Essos.

Gerold sonrió maliciosamente.

– Supiste jugar bien tus cartas ¿eh? Primero apoyaste el golpe de estado de Ellaria Arena y luego la traicionaste dámdole su posición a Euron Greyjoy. Luego aprovechaste el vacío de poder para autoproclamaste Príncipe utilizando tu posición, ganándote el apoyo de las casas dornienses prometiendo que rescatarías a Ellaria y mantendrías el apoyo a la Madre de Dragones. Pero, nunca organizaste esa expedición de rescate a Desembarco del Rey y ahora le das la espalda a Daenerys de la Tormenta. Eres un traidor nato, amigo mío.

El Príncipe puso cara de culpabilidad, pero se mantuvo firme.

– No sé de que me hablas. Eres un maldito mentiroso. Puedo hacer que te detengan.

Gerold puso los brazos en cruz.

– Adelante, aquí me tenéis.

El Príncipe dio una orden y un grupo de jinetes fue hacia él desenvainando sus espadas. Pero, antes de que pudieran alcanzarle, una lluvia de flechas los derribó. El Príncipe y sus acompañantes miraron asustados en todas direcciones, viendo como varios arqueros salían de entre los árboles apuntándoles con sus arcos y flechas.

El Príncipe fulminó a Gerold con la mirada mientras este se puso a reír.

– ¿Ves? Yo también se jugar mis cartas.

– Esto que haces es inútil. Ninguna casa de Dorne te querrá como Príncipe.

Gerold lo miró fíjamente.

– ¿Quién ha dicho que yo quiera ser Príncipe?

Los ojos del Príncipe se abrieron como platos. Supo en ese momento que Gerold no actuaba por su cuenta. Estaba al servicio de otra persona y sabía perfectamente de quién se trataba, lo que hacía que en ese momento estuviese de los más aterrado, cosa que le costó mucho disimular.

Gerold dio una orden y los arqueros dispararon sus flechas sobre el Príncipe y sus acompañantes, dejando solo al Príncipe con vida. En esos momentos, un grupo numeroso de jinetes comenzó a llegar a través del Camino Pedregoso, portando el estandarte de la Casa Yronwood, los guardianes de dicho camino. Al mismo tiempo, otro grupo de jinetes llegó por el lado opuesto, portando estandartes de la Casa Fowler, guardianes del Paso del Príncipe. Estos pronto rodearon al Príncipe, a Gerold y a los arqueros.

El Príncipe los miró y luego miró a Gerold con una sonrisa de victoria, pues para él las tornas habían cambiado. La fuerzas de Yronwood y Fowler superaban en mucho a las de Gerold y él daba por hecho de que habían acudido en su ayuda. 

– No eres tan listo como crees –le dijo a Gerold tras soltar unas carcajadas –. Has pasado demasiado tiempo en Essos y a penas conoces a los dornienses.

Pero, Gerold mantenía su tranquilidad. No daba en ningún momento la impresión de alguien que se había visto sorprendido y se encontraba acorralado.

– No, eres tú el que no conoces a los dornienses tan bien como crees –los jinetes alzaron sus lanzas, pero no las apuntaron contra él y sus arqueros, sino contra el Príncipe, quién los miró sin saber que ocurría –. Puede que los engañaras al principio, pero los dornienses no son tontos. Saben ya lo que eres y no quieren un traidor como tú gobernándoles.

El Príncipe lo miró con ojos llameantes.

– Esto no va a quedar así. Lanza del Sol está llena de hombres poderosos que me apoyan y buscarán venganza. También cuento con con el apoyo de la Corona. Esta traición no quedará impune.

Gerold, en cambio, no perdió en ningún momento su sonrisa malévola.

– No te preocupes por tus amigos poderosos. Todos ellos están siendo asesinados ahora mismo –el Príncipe abrió tanto los ojos que casi se le salen de las cuencas –. Y en cuanto a la Corona, de poco te servirá su apoyo cuando la verdadera reina regrese. A ese tullido le queda poco tiempo en el trono. La Reina Dragón va a regir los Siete Reinos y nosotros estaremos a su lado.

El Príncipe iba a decir algo, pero se lo cayó. En lugar de eso, quiso desenfundar su espada para, por lo menos, tratar de matar a Gerold antes de morir, pero no tuvo tiempo de hacerlo. Una lanza, arrojada por uno de los jinetes de la Casa Fowler, lo atravesó y cayó del caballo. Gerold podría haberlo vencido sin problemas, ya que era un gran espadachín, pero no quería darle el gusto de morir en combate.

Sin desmontar, Gerold se acercó a él y miró como el Príncipe se retorcía en el suelo formando un gran charco de sangre. 

– Deberías darme las gracias por darte una muerte rápida. Ella no sería tan benévola contigo si estuviera aquí ahora mismo. Por suerte para tí, ahora mismo va camino de encontrarse con la Madre de Dragones.

DAENERYS TARGARYEN: EL REGRESO DE LA REINA DRAGÓNWhere stories live. Discover now