Capitulo 34: Luz en la oscuridad

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No dijo nada, no reaccionó. Se quedó callado como ido. Esperaba que dijera algo, que reaccionara pero al ver su mano sobre el pomo de la puerta el corazón se encogió. Creo que mi oportunidad se había ido hace tiempo. Al menos quería un "no" pero nada de eso salió de sus labios. Sintiéndome humillada y tonta por haber pedido aquello, comenté.

— Está bien si no quieres, fue tonto haberlo pensado.

Soltó el pomo de la puerta y girando su cabeza me miró otra vez callado sin decir nada. Estaba segura de que ya no había nada que hacer. Fueron tantas veces las que lo rechacé que probablemente no me creía. Tampoco tenía idea de cómo convencerlo de que era cierto. Sus labios se separaron y aún viendo en él el rostro triste y desesperanzado suspiró.

— No estoy ebrio, entonces no creo que sea producto del alcohol. Quizá comienzo a alucinar con lo que desearía que fuera y no puede ser. No tienes idea, ni la más mínima de cuánto tiempo he esperado por escuchar eso de tus labios. Ahora que lo escucho..., no me produce la felicidad que pensé que tendría.

— No entiendo

— Nació nuestra pequeña, quizá sientes obligación por estar conmigo y no..., no es así. Eres una mujer libre para amar y estar con quien desees, no con quien debas. No quiero ilusionarme, para luego volver a chocar con la realidad.

Agarré su mano y joder..., estaba temblando como adolescente. Sus manos estaban frías, sus ojos cansados pero aún así su mirada reflejaba miedo a seguir amándome y en cierto punto tenía razón. Estaba tan indecisa que ahora era difícil que pudiera creerme. Un par de lágrimas se cayeron por mis mejillas, estaba exasperada, necesitaba tenerlo conmigo y esta vez para siempre.

— Quiero estar contigo, el dolor no me dejaba aceptarlo pero no podría soportar una vida sin ti. No digo que sea fácil, pero creo que al menos podemos intentar empezar de cero. Alessandro, te amo y ya seguir negándolo es ridículo.

Se sentó a mi costado y sus labios rápidamente se acercaron a los míos. Esa pequeña Afrodita interna estaba alborotada, deseosa de volver a ser su mujer. Su lengua devoró la mía volviéndome nuevamente suya en cuerpo y alma. Él temblaba, sonreía y se veía feliz. Sus manos acariciaron mis mejillas y sus pupilas rosadas me dieron una idea de como las endorfinas eran causantes de su ánimo.

— Te prometo hacerte feliz, vivir para ti mientras viva. Te cuidare a ti y a nuestra pequeña Sofía.

Sonriendo asentí con la cabeza

— Te amo..., pero aún necesito tiempo para volver a confiar en ti y en tu amor. Quiero..., necesito empezar de cero y para eso necesito saber quien eres.

Quería pero al mismo tiempo me daba miedo conocer a Alessandro Franceschini como realmente era y no como lo había conocido. Aquella habitación sadomasoquista me daba una leve idea de quién podía ser y quizá podría gustarme o asustarme. Todo podía pasar. Con un frasco de digoxina y reposo por un par de días los médicos me dieron el alta y a mi pequeña Sofía en una semana podía dejar la incubadora. Al salir del hospital y ver el bullicio de Manhattan se me había olvidado lo sofocante que podía ser. Alessandro me sujetaba de la cintura aún con algo de timidez pero me encantaba, me fascinaba sentir su olor tan cerca.

— Creo que tomaré un taxi.

— ¿Taxi? No..., no dejaré que mi novia vaya en taxi cuando puedo llevarla yo.

Me quedé atónita al escucharlo. Escuchar «novia» fue extraño, me sentí extraña porque nunca nadie me había llamado así y se había sentido adulado por ello. La última vez que me llamaron así fue cuando Ryan me presentó a sus padres y creo recordar que me llamó «Novia linda, pero tonta. Así es ella» pensé que ese título no lo volvería a usar y que fuera de los labios de Alessandro que salieran, era casi un sueño imposible de realizar. Me quede callada y por un momento creí que lo estaba imaginando.

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