Capitulo 11: Encerrados

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Me había costado llevar a Aitana a su habitación. Aún seguía en trance. Me senté a su lado y estaba angustiada por verla así. Agarré sus manos y llorando le pedí perdón por no protegerla como debía pero era como si ella no estuviera allí. No reaccionaba hasta que pretendí desvestirla para ayudarla a ducharse. Rápidamente se alejó de mí y violentamente me gritó que no la tocara. Me saco casi a rastras de su habitación y estrelló la puerta dejándome fuera y podía escuchar como desde adentro tiraba cosas por todas partes. Destrozaba su habitación como si al hacerlo destrozara eso que tanto mal le causaba. Caminé hacia mi habitación con lágrimas silenciosas y al cerrar la puerta y recostarme sobre ella le pedí a Dios que si existía me ayudara a sacar a mi hija de ese abismo donde se encontraba. Ya no pedía por amor, ya no rezaba por encontrar alguien que me quisiera, ahora solo quería que ella estuviera bien. Me arrodillé al pie de la cama

— No sé lo que pude haber hecho, me lo pregunto todos los días y..., y no encuentro respuesta. Si es por Aurora, te pido que no me hagas pagar eso con Aitana. Ella no tiene culpa de mis errores. Y si no es mucho pedir, aleja de mi vida a Alessandro. Tenerlo cerca me lastima. Quiero olvidarlo, quiero dejar de amarlo.

Tras la ventana se veía la luna y era inevitable que no pensara en él. «Ricorda, condivideremo sempre la stessa luna.» Era lo que recordaba una y otra vez al ver la belleza de la luna. Mi piel lo extrañaba, mi cuerpo lo deseaba y mis labios estaban en huelga por sus besos. Pero mi orgullo y mi dolor no aceptaban que mi corazón lo necesitaba y sin él moría lentamente. La vida era algo sin color y tenerlo cerca era como estar echándole sal a la herida constantemente. Volví a agarrar el diario que estaba escribiendo y aquellas páginas eran más que un desahogo. Tenía la esperanza de que algún día fuera más que un escape y tuvieran voz ante muchas personas.

" tejiendo alas, el diario de una adúltera.

El adulterio..., una palabra que ha sido condenada a lo largo de la historia de la humanidad. Nunca ha sido bien vista, pero cuando viene de parte de una mujer es un pecado aún mayor. Una mujer infiel es criticada, humillada y tachada de inmoral. De hecho yo en su momento también las juzgaba. Para mi la infidelidad era algo mortal; eso era antes de casarme. Tenía en la mente que debía ser fiel sin importar qué. Juzgaba a las mujeres adúlteras pero no me detenía a pensar que las había llevado a ese punto en sus vidas. No es que justifique el adulterio, pero a veces más que una infidelidad es el único escape que hay en una vida llena de ataduras. Las juzgue hasta que me casé y viví en carne propia lo que es ser presa esclava de otra persona. El qué dirán, la sociedad y la crítica hicieron que por más de una década me abstuviera de pensar, de hablar y expresarme. Ante el mundo era ella, la esposa de un político muy influyente y respetado en el país. Nadie imaginaba el purgatorio que era una cena junto a él o lo que significaba dormir en la misma cama. No..., nadie se preguntaba cómo era en realidad aquel rostro jovial y carismático. Porque era que su esposa siempre llevaba gafas de sol o solo usaba ropa conservadora. Nadie lo pensaba porque a nadie le afectaba, yo era solo una figura de decoración a su título. La verdad no oficial es que Alicia Cariddi es una alcohólica, adicta a antidepresivos y desequilibrada mental. Es como durante todo nuestro matrimonio, mi esposo me había catalogado. Es la verdad con la que todos se quedaron. Pero la moneda tiene dos caras solo que siempre salía a la luz la del político exitoso dejando en la oscuridad la de la esposa abnegada. La verdad oficial es distinta, Es cierto que ella es alcohólica, adicta y desequilibrada. Soy alcohólica porque busqué desesperadamente la forma de olvidar el dolor que provocan los golpes y puñetazos que mi esposo me daba cada noche. Soy alcohólica porque necesitaba anestesiar los sentidos para que la humillación de encontrar a mi esposo teniendo sexo con otra mujer fuera menos. Me volví adicta a los antidepresivos porque era lo único que me mantenía fuera de este mundo. Aún cuando él me insulta, me golpea y me amenaza, era solo un cuerpo lo que había, mi mente y razonamiento estaban en otra parte. La depresión me estaba carcomiendo a un punto en el que creía que merecía todo aquello, realmente creí que era culpable de que mi esposo me hiciera sangrar. Perdí la cordura un par de veces al buscar una y otra vez la respuesta al desprecio de mi esposo. En diez años solo me había tocado una sola vez. Me recordaba una y otra vez el asco que le daba mi cuerpo, lo desagradable que era para él ver mi cuerpo desnudo. Había perdido la esencia de quien era. Había olvidado lo que era sentirse mujer, ni siquiera el masturbarme era opción porque ahí estaba el temor y la pena de sentir placer porque ni siquiera sabía lo que se sentía. Aún así nunca me pasó por la mente ser infiel inclusive rechazaba la idea. Le era fiel a mi esposo y aunque él me era infiel, soñaba con el día en que llegará a la casa y me devorara en una noche apasionada, pero eso nunca pasó. Ante todos tenía que fingir que era feliz pero no lo era. Tenía que maquillar mis moretones, limpiar las heridas y curarlas. Inventar nuevas caídas, tontos accidentes que no hacían sentido. Llegó un punto en el que me había quedado sin opciones. Ya no sabía cómo ocultar mi dolor físico y emocional. Fue ahí cuando apareció en mi vida inesperadamente todo lo contrario a lo que tenía en mi vida. Apareció la emoción, apareció el deseo, el placer, el amor, apareció la esperanza..., había llegado a mi vida eso que siempre rechacé, el adulterio."

La Teoría Del Perdón Donde viven las historias. Descúbrelo ahora