Por todos los dioses

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Lisa

Estaba en mi habitación vestida con mi pijama favorito y con una taza de chocolate caliente en las manos. El chico más hermoso que jamás había visto estaba sentado delante de mí, en la cama de Helen. Él me miraba en silencio y yo le imitaba.

Hacía apenas unos diez minutos que me había contado no sé qué de que él era el verdadero dios Apolo y que yo era una semidiosa, igual que todos los de la academia. Al principio no le creí, pero cuando encendió un pequeño fuego tan solo chasqueando los dedos, me lo empecé a creer. En el fondo de mi ser sabía que algo raro pasaba, pero no me quería dar cuenta. Nunca había sido como los demás, y eso siempre lo había tenido claro.

La mirada de aquel dios me estaba empezando a intimidar, así que decidí romper el silencio:

―¿Se puede saber que miras?

―Estoy intentando adivinar de qué dios eres hija ―dijo con una sonrisa―, pero solo podemos identificar a nuestros hijos, y por suerte tú no eres una de ellos.

Al principio me lo tomé como una ofensa. ¿Quería decir que no era lo suficientemente buena como para serlo? Pero luego, por la media sonrisa de su cara, entendí que me estaba tirando los tejos.

Noté como me empezaban a arder las mejillas. El chico soltó una suave risa.

―Creo que deberías dormir un poco, debes estar muy cansada.

Noté como mis ojos se llenaban de lágrimas.

―No quiero dormir, quiero que vuelva Mark. Si no lo hubiera dejado solo, él ―un nudo me oprimía la garganta―, él no estaría...

No pude acabar la frase antes de estallar en sollozos. Me cubrí la cara con las manos, me daba vergüenza que me viera así.

Apolo se acercó a mí y se sentó a mi lado. Suspiró y me abrazó. Fue un abrazo tan cálido y suave que me sentí como si estuviera en una nube. Su olor me recordaba al verano, no sabía por qué, y el ligero toque de su piel me hacía sentir mariposas en el estómago. El corazón me latía a una velocidad preocupante, y no sabía si era por él o por el llanto.

―No te preocupes, no me separaré de tu lado.

Me quitó la taza de las manos e hizo que me estirara. Yo aún seguía sollozando, pero había parado de llorar. Me tapó y me beso en la mejilla.

―Dulces sueños, querida Lisa.

Estaba segura de que no podría dormirme tan fácilmente después de lo de Mark, pero una extraña y relajante energía me invadió, y en menos de cinco segundos ya estaba profundamente dormida.

Helen

Intenté de todo: romper la puerta, hacer palanca con una barra de hierro que me encontré e incluso sabotear la cerradura, pero nada funcionó. La maldita puerta seguía cerrada. Me senté en el suelo, con la espalda apoyada en la pared y con las rodillas encogidas.

Mi cerebro aún estaba intentando procesar todo lo que había pasado. Primero, Mark había muerto misteriosamente y luego, Paris me había encerrado en un almacén, (por no hablar de que me había besado antes). Otra parte de mi cerebro estaba intentando recordar de dónde demonios había sacado el hilo de las Moiras, ya que debía de haberlo cogido de algún sitio.

Al final, me rendí. Mis pensamientos no iban a ningún lugar y no encontraba respuestas de ningún tipo. Cerré los ojos y me concentre en mi respiración: uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis...

Cuando ya iba por tres mil sesenta y siete oí una voz. Al principio no entendía que decía, pero el volumen fue aumentando poco a poco. Cuando comprendí lo que decía, noté como un escalofrío recorría mi cuerpo.

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