Detrás de la batalla

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¡Hola, pequeñuelos!

Os traigo... *insertar tatatachaan* ¡LA NUEVA ACTUALIZACIÓN!

Si, chicos. En vista de vuestras incontenibles ganas de leerme he encontrado un hueco entre mis infinitos deberes para poder terminar el capítulo que ya tenía empezado.

Os agradezco vuestra enorme paciencia y espero que disfrutéis del capítulo tanto como yo he disfrutado escribiéndolo.

¡Feliz semana!

-Paula.

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Lisa

El pie de ese enorme monstruo iba a aplastarme cuando algo me empujó fuera de su alcance. Mi cabeza chocó contra el suelo, mareándome ligeramente. Oí el golpe sordo del pie del gigante al estamparse contra el suelo a escasos metros de distancia. Miré hacia arriba para identificar quién me había salvado.

Hessy me miraba con una sonrisa mientras se ponía en pie.

―¡Lisa! ¿Estás bien? ―Thomas corría hacia mí seguido de Apolo.

―Sí, estoy bien ―me giré hacia Hessy―. Muchas gracias por salvarme.

Apolo se aclaró la garganta.

―¿Cómo has llegado hasta ella tan rápido? ―preguntó desconcertado―. Eso solo lo pueden hacer...

―¡Todos los de mi batallón! ―gritó Artemisa desde el otro lado―. Coged un arma y luchad, necesitamos a todos los guerreros posibles.

Hessy corrió en dirección a Artemisa. Apoyé las manos en el suelo para levantarme y un intenso dolor atravesó mi muñeca. Gemí inconscientemente.

―¿Te has hecho daño? ―advirtió Thomas preocupado―. ¿Qué te duele?

―La muñeca... creo que me la he roto.

Apolo me ayudó a levantarme.

―La llevaré a la enfermería.

Cuando nos disponíamos a dirigirnos hacia allí, Thomas nos detuvo.

―Yo iré con ella, tú debes estar aquí ―argumentó―. No podemos permitirnos la ausencia de ningún dios.

Apolo asintió a regañadientes y cedió a que Thomas me acompañara.

El gran Tifón seguía echando fuego por la boca y destruyéndolo todo a su paso, demostrando así el poco daño que las armas de los griegos le habían causado.

Cuando entramos al edificio, el sonido de la batalla se apagó notablemente, dejando pasar un poco de agradable silencio.

Llegamos a la enfermería y Thomas empezó a untarme un extraño potingue en la muñeca y a continuación me la vendó. No habló hasta que acabó.

―Así bastará. ¿Qué os traéis Apolo y tú entre manos?

El corazón empezó a latirme con fuerza.

―¿A qué te refieres?

―Vamos, Lisa. Hay que estar ciego para no verlo ―soltó una risita―. ¡Mira si te estás sonrojando!

Aparté la mirada de inmediato.

―No tenemos nada, Thomas. No inventes.

―Lo que tú digas, pero yo sé que a ese chico le gustas. Y él a ti también.

Me froté las mejillas intentando que disminuyera su color. Thomas guardó las cremas y las vendas y se sentó a mi lado. No fue hasta que Thomas lo mencionó que me di cuenta de las ganas que tenía de hablar de aquello con alguien.

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