Almas

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Inmediatamente después de llegar al Inframundo, Paris sacó el mapa que Hades nos había facilitado. El pergamino mostraba las distintas partes del Inframundo y una cruz roja indicaba nuestra posición. Según el mapa, debíamos seguir un río, el Flegetonte, hasta llegar al Tártaro.

Parecía fácil: seguir el mapa hasta encontrar el río, y lo habría sido de no ser por nuestro campo de visión, que no llegaba al medio metro de longitud. Las almas estaban apelotonadas y apenas podían moverse. Estar allí en medio era una sensación agobiante y claustrofóbica, parecida a estar en el metro de Nueva York en hora punta, solo que cinco veces peor.

El mapa indicaba que estábamos en los Campos Asfódelos, y al norte de éstos, había dibujado un pequeño monte. Decidimos que ir hacia allí sería una buena idea, ya que se encontraba en la frontera de los Campos de Castigo y no habría tantas almas. Además, desde allí veríamos más terreno.

Nos dirigimos hacia allí, apartando almas perdidas a manotazos e intentando no perdernos de vista los unos a los otros. Paris iba delante de mí y Mia detrás. Me di la vuelta para comprobar que Mia me seguía pero no estaba. Cuando me volví para avisar a Paris, ya había desaparecido entre la multitud.

―¿Paris? ―grité, pero nadie me respondió.

Una de las almas chocó con fuerza contra mí y ambas caímos al suelo. Era una mujer de mediana edad.

Intenté vislumbrar más detalles, pero cuanto más intentaba mirarla menos la veía.

―¿Quién soy? ―me preguntó. Algo en su voz hizo que me estremeciera―. ¿Quién soy?

La mujer estaba encima de mí y me cortaba la respiración. Podía notar como la piel de los brazos y las piernas se me desgarraba a causa de las pisadas del resto de almas.

―¡Dime quién soy! ―la mujer gritaba a pocos centímetros de mi cara y me zarandeaba con fuerza.

Unos puntos negros empezaron a nublarme la vista, indicándome que pronto me desmayaría.

Intentaba coger aire pero la mujer pesaba demasiado y no tenía suficiente fuerza para apartarla. Cuando estaba a punto de perder el conocimiento, vi que unas grandes manos cogían a la mujer y me la sacaban de encima.

Me senté bruscamente y llené de aire mis pulmones. Las mismas manos que cogieron a la mujer me levantaron del suelo.

Subí la vista y vi que era Paris quien me sostenía. Suspiré aliviada y dejé que mis pesados párpados cayeran hasta cerrarse.

***

Cuando abrí los ojos ya nos encontrábamos encima del monte. Como habíamos previsto, no había ni una sola alma merodeando por allí, algo que agradecí enormemente.

Nunca me había dado miedo la muerte, pero después de ver a la mujer que había intentado ahogarme me lo replanteé.

Intenté levantarme pero algo me impedía flexionar los codos. Giré la cabeza y vi que tenía ambos brazos vendados de arriba abajo.

―Mira que bien, la bella durmiente ya ha despertado de su siesta ―bromeó Paris sentándose a mi lado―. ¿Cómo te encuentras?

―Dolorida y algo enfadada al darme cuenta de que no me puedo ni sentar yo sola.

Paris soltó una risita y me ayudó a incorporarme.

―Lo que no te pase a ti, pequeña, es raro que le pase a alguien.

Le saqué la lengua a modo de burla. En lugar de responderme con un comentario sarcástico o una broma, me agarró del mentón y me dio un suave beso en los labios. Mi corazón dio un vuelco.

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