Con la espada en ristre, iba avanzando cuidadosamente por aquel oscuro y espeso bosque. Oía sonidos por todas partes, pero por más que mirara, nunca había nada. «Por favor, que quede poco» rezaba, sabía que mi padre me ayudaría.
Después de caminar durante horas, atisbé el rio. A medida que me fui acercando más, me di cuenta de lo caudaloso que era.
Me posicioné delante del rio. Las piernas me temblaban y tenía un nudo en la garganta. Hice acopio de toda mi valentía (si es que me quedaba algo) y llamé al dios.
―¡Muéstrate, Aqueloo! ¡Ven a mi encuentro y lucha como un hombre!
Tras pasar unos segundos, una figura emergió del rio.
Aqueloo tenía la apariencia de un toro. Dos enormes cuernos de color del oro adornaban su cabeza y su piel era de color azul verdoso. Tenía el pecho desnudo, lo único que vestía eran unos pantalones gastados y rotos.
―¿Quién es el que ha osado llamarme poco hombre?
El dios clavó sus oscuros y enfadados ojos en mí.
―¡Vengo a rescatar a Deyanira! Te derrotaré y así su corazón me pertenecerá para siempre.
Deyanira salió del espeso bosque. Era muchísimo más bella de lo que me habían descrito.
Su cabello rojizo ondeaba al viento al igual que su vestido blanco. Sus ojos verdes me miraban con curiosidad, y me pareció percibir una chispa de diversión.
Una extraña fuerza me invadió. Empuñé fuertemente la espada y me lancé hacia Aqueloo, que me esquivó con facilidad. Aterricé con sorprendente agilidad y volví a lanzarme contra él.
Le lancé una estocada tras otra a la vez que él me intentaba dar con sus azules pezuñas. Mi espada le cortó un cuerno, cosa que le distrajo unos segundos, el tiempo suficiente para poder atacar.
Hundí la espada en el pecho del dios. Un grito de dolor salió de su garganta mientras el icor dorado brotaba de su pecho.
Saqué la espada y antes de poder apartarla, Aqueloo tiró de ella. Caí al agua con gran estrépito. «Estoy perdido», pensé. El agua era su elemento, no el mío. ¿Qué podía hacer yo, un hijo de Hades, luchando en el agua con un dios/rio?
Aqueloo empuñaba mi espada con malicia.
―Estás perdido, semidiós. Despídete.
El dios se disponía a clavarme la espada. Me tapé la cara con los brazos, como si eso pudiera protegerme de un arma como aquella.
No noté que me clavara la espada, así que retiré los brazos poco a poco para poder ver qué estaba pasando.
Aqueloo estaba inmovilizado dentro de lo que parecía ser un torbellino de agua. Sin pararme a pensar en mi extraña fortuna, salí del rio a toda prisa.
Sorprendido, me di cuenta de que el agua se movía según lo que yo quisiera. Cada vez que yo movía el brazo, el agua respondía haciendo el mismo movimiento.
Tenía que encontrar la manera de derrotarlo, pero sabía que un cuerpo a cuerpo no iba a dar resultado. Los dioses estaban de mi parte, así que miré al cielo y levanté la mano, dejándome llevar por un impulso.
Con una mano alzada y con la otra controlando el agua, intenté concentrarme. Un trueno retumbó a lo lejos y pronto, un rayó aterrizó encima de la cabeza de Aqueloo, haciendo que el dios se deshiciera en polvo.
Suspiré aliviado. Había ganado a Aqueloo. Tenía a Deyanira. ¿Cómo había podido controlar el agua? ¿Cómo había convocado un rayo? Solo era un desgraciado hijo de Hades. Me convencí de que los dioses me habían ayudado y me centré en Deyanira.
Una sonrisa adornaba sus labios y sus ojos irradiaban felicidad y amor. Me acerqué a ella, contento de poder tenerla por fin.
Demasiado tarde me di cuenta de que no era a mí a quien miraba. Una espada atravesó mi estómago y me desplomé.
―Lo siento, hijo de Hades, pero los malos nunca se quedan con la princesa.
Podía sentir como la vida se me escapaba de las manos, pero pude captar una última imagen: la de Deyanira abrazando a Hércules.
Mientras esperaba a mi padre, recordaba mis últimos y dolorosos momentos de vida. Él nunca me había ayudado, pero aun así yo había accedido a ayudarle.
Hades apareció en su trono y yo inmediatamente me arrodillé.
―Padre ―le saludé.
―Hola, Athan. Me alegro de que hayas venido, no creí que lo hicieras.
«Yo tampoco», pensé, pero sin embargo dije:
―Por supuesto, padre. Siempre es un honor verle.
―Bien, vayamos al grano. Como ya bien sabes, necesito tu ayuda. El Tártaro está muy revuelto últimamente y necesito que vayas a echar un vistazo.
―Pero, padre, tú más que yo sabes lo peligroso que es el Tártaro y más para un semidiós.
―Lo sé, hijo, pero necesito que alguien vaya. Tú estás muerto, así que tranquilo que morir no morirás.
No sabía si era una broma o lo decía en serio, con él nunca se sabía.
―De acuerdo, si eso es lo que deseas, lo haré ―acepté, no muy seguro.
―Muy bien, le diré a una de mis almas que te indique el camino.
Ya sabía cómo ir al Tártaro, pero no dije nada. Estaba muy decepcionado, al menos me esperaba un "gracias" de su parte.
Suspiré, ojalá alguna vez un hijo de Hades fuera reconocido.
------------
¡Hola, chicos! Espero que os haya gustado el especial. Siento no haberlo podido hacerlo más largo, pero llevo unas semanas ocupadísima. Ojalá pronto vuelva a la normalidad y pueda seguir escribiendo capítulos cada semana. También acabo de colgar la nueva portada, que espero que os guste más que la anterior.
¡Besos y feliz semana!
-Paula.
ESTÁS LEYENDO
Academia Olímpica
FantasyHelen es una chica de dieciséis años que vive en Nueva York. Su vida es perfecta, pero todo eso cambia cuando, por culpa de un extraño ataque, su madre y ella se van a vivir a Atenas. Se matricula en la Academia Olímpica, un internado donde nada es...