Loca de remate

11.1K 802 42
                                    

Roger cogió mi equipaje (tan solo era una bolsa de deporte) y me hizo señas para que entrara al castillo/colegio. El chico llevaba un polo verde oscuro con el logo del colegio (una especie de montaña con un halo encima) y unos pantalones negros de corte recto (el típico pantalón de uniforme de colegio rico). Sorprendentemente, llevaba unas deportivas bastante sucias y destrozadas que no pegaban nada con el resto de su ropa.

—¿Y tu nombre es...?

—¿Qué? —estaba tan absorta en mis pensamientos que no me di cuenta de que Roger había hablado hasta que se paró.

—Qué cómo te llamas.

—Helen, Helen Grace —contesté nerviosa.

El chico me miró de arriba abajo con sus ojos azules y sus labios se curvaron en una sonrisa de suficiencia.

—Así que Helen... Creo que tú y yo nos llevaremos bastante bien.

Hubo algo en su comentario que no me gustó nada.

Llegamos a una sala muy grande. Estaba llena de cristaleras de colores y del techo de ladrillos, colgaban tres lámparas antiguas. Había diferentes mesas distribuidas a lo largo de la galería. Las mesas estaban cubiertas de un mantel de lino y encima había platos de porcelana y cubiertos de plata, todo listo para comer. Estaba claro que aquello era una escuela de niños ricos. La pregunta era, ¿cómo había conseguido mi madre pagarme una matrícula allí? No es que mi madre ganara poco, pero tampoco nos sobraba el dinero. Otra cosa que añadir a mi larga lista de misterios que tendría que resolver más tarde.

—Este es el comedor, se cena a las nueve. No llegues tarde o el señor Hoftaguen se enfadará y créeme, no es para nada divertido.

Asentí y Roger me llevó a mi habitación. Subimos unas escaleras que estaban al lado de la puerta principal y nos detuvimos en el primer piso. A la izquierda había un pasillo largo que se extendía hasta una cristalera que había al final. (Sí, ese sitio estaba lleno de cristaleras).

Roger se dirigió hacia allí, así que le seguí.

—313, 314... Aquí, habitación 315, es la tuya —dijo, señalando una puerta de madera oscura con un cartel en el que, efectivamente, estaba escrito el número 315.

Roger me dio mi equipaje y un montón de papeles con los horarios, mis clases, las normas...

Madre mía, solo de pensar que me tenía que leer todo eso me entraba dolor de cabeza.

—El uniforme está en el armario, si necesitas algo yo estoy en el piso de arriba, el de los chicos, obviamente. Mi habitación es la 106. Estoy allí para lo que sea.

Me guiñó un ojo. Por su pronunciación, estaba claro que iba con segundas. ¿Pero qué demonios le pasaba a ese chico?

—A sí, se me olvidaba, tienes que darme tu móvil y todos los aparatos electrónicos que tengas, ya sabes, portátil, tableta, MP3...

—No te pienso dar mi móvil —contesté, bastante a la defensiva. No iba a darle mi bebé a un desconocido.

—Son las normas, lo siento.

Le di mi móvil a regañadientes. Él sonrió y se fue.

No me podía creer que le acabara de dar mi IPhone a un desconocido. ¿Y si era un loco y solo quería mi móvil para acosarme y chantajearme con eso? Céntrate, Helen. No te inventes películas. Suspiré y abrí la puerta de la que iba a ser mi nueva habitación.

Las paredes eran blancas y el techo era de madera, con dos vigas que lo aguantaban. Era bastante grande, mucho más que la habitación que tenía en Nueva York. En la parte izquierda había una cama individual, con sábanas blancas y una manta de color crudo doblada a los pies de esta. Al lado de la cama había un armario y más al fondo un escritorio con una lamparita. Una gran ventana separaba esa parte de la habitación de la derecha. Era exactamente igual, la única diferencia era que estaba más que claro que allí ya vivía alguien. Las paredes estaban llenas de posters de actores y cantantes sin camiseta, el escritorio estaba lleno de libros y papeles por todas partes y encima de la cama había un osito de peluche rosa bastante viejo.

Abrí el armario, y como Roger había dicho, estaba lleno de ropa del internado. Había cinco camisas blancas, un par de polos, faldas, pantalones de deporte y camisetas de manga corta.

Miré el reloj, eran las siete y media. Decidí darme una ducha y mirar por encima el montón de papeles que Roger me había dado antes de irme a cenar.

***

Me dirigí al comedor. Después de ducharme me había puesto un polo y una falda a cuadros de la escuela con unas medias transparentes bastante tupidas. Llevaba mis Converse rojas y altas. Me había trenzado el pelo y puesto un poco de rímel.

Cuando entré, recorrí con los ojos la gran sala buscando un sitio libre en el que sentarme. Al final de todo, vi una mesa con un par de chicas y un chico. Avancé tímidamente entre las mesas.

—Emm... ¿Está libre este sitio?

—Oh, sí, puedes sentarte —contestó una de las chicas.

Era bastante menuda. Tenía el pelo pelirrojo que le caía liso hasta la mitad de la espalda y la cara llena de pecas. Una sonrisa pícara ocupaba sus labios. Era muy guapa.

—Gracias —le dije sonriendo.

— ¿Eres nueva?

Eso me lo preguntó la otra chica. Su tez era oscura y tenía el cabello corto y negro muy rizado. Al contrario que la pelirroja, ella era bastante alta. También era muy guapa.

—Sí, me llamo Helen.

—Encantada, Helen, me llamo Nora, la pelirroja es Lisa y el chico tan feo de aquí delante se llama Thomas.

—¡Eh! No sé si te acuerdas pero estoy aquí —protestó Thomas.

El chico tenía el pelo castaño muy desordenado y unos ojos grandes y de color verde oscuro. También era guapísimo. ¿En esta academia eran todos guapos o qué? Me sentía realmente fuera de lugar.

Sirvieron estofado de primero y bistec de ternera de segundo. Todo estaba realmente delicioso. A mi madre no le gustaba mucho cocinar, así que esa comida fue como si un montón de ángeles estuvieran bailando y cantando en mi boca.

—Eh, chicos, creo que Thomas y yo nos tenemos que ir. ¿Verdad que sí, Thomas? —dijo de repente Nora.

—Eh... sí, sí. Tenemos que ir a hacer... una cosa —balbuceó Thomas—. Luego nos vemos, chicas.

Los dos se levantaron rápidamente y se fueron.

—Desde hace unos días están así... No sé qué les pasa —la preocupación de Lisa se reflejaba en sus ojos. Parecía una buena chica—. Me voy a mi habitación ya. Por cierto, ¿en qué habitación estás?

—En la 315, ¿tú?

A la chica se le iluminaron los ojos.

—¡Yo también! Así que eres mi nueva compañera de habitación.

—Eso parece —le contesté, aliviada de no tener que lidiar con más gente como Roger.

Nos dirigimos juntas a nuestra habitación. Al llegar, le dije a Lisa que iba a tomar el aire un rato, así que me fui al jardín que había visto al llegar a la escuela. Iba paseando cuando vi a Thomas y Nora. Estaba a punto de saludarlos cuando escuché su conversación:

—Está despertando, dicen que si no lo detenemos pronto no hay vuelta atrás —susurró Nora.

Estaba claro que no me habían visto así que me escondí detrás de unos arbustos.

—Tenemos que estar alerta. Es obvio que estamos en peligro pero no nos puede entrar el pánico —replicó Thomas.

Nora alargó la mano, tocando el árbol que tenía al lado. De este brotaron manzanas como por arte de magia. Me quedé clavada en el suelo. Era imposible. ¿Nora acababa de hacer crecer manzanas de un árbol? Vale, definitivamente, me estaba volviendo loca.

—¡Nora! No puedes usar aquí tus poderes. Si Lisa te viera... No quiero ni pensar en lo que pasaría, aún no está preparada y me parece que la chica nueva, Helen, tampoco lo sabe, así que estate quieta.

—Lo siento —se disculpó Nora—, no puedo evitarlo cuando estoy nerviosa.

Los dos chicos se alejaron. No me levanté hasta que los perdí de vista. ¿Estaba volviéndome loca? ¿O tal vez ya lo estaba? ¿Y si lo que había visto era real? ¿Sobre qué estaban hablando? Muchas cosas rondaban en mi cabeza, pero una cosa tenía clara: en aquel internado pasaba algo, y lo iba a averiguar, costara lo que costara.

Academia OlímpicaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora