Charla de iniciación

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Ya llevaba diez minutos llorando, y no podía parar. Paris aún me abrazaba y podía sentir su cálida piel y su dulce olor. Ya no estaba segura de nada, no sabía ni quién era ni en quién podía confiar. Las lágrimas dejaron de salir de mis ojos, pero aún seguía sollozando. Paris me acarició la mejilla y me puso el pelo detrás de la oreja.

―¿Mejor? ―susurró.

―Un poco.

―Sé que es duro, yo también lo pasé mal cuando me fui de Florencia para venir aquí.

―¿Naciste allí? ¿En Italia?

―Sí ―respondió―, a veces lo echo de menos, pero no puedo vivir fuera del internado. Es demasiado peligroso.

―¿Peligroso?

―Cuando nuestros poderes empiezan a manifestarse o cuando falta poco para que lo hagan, los monstruos empiezan a detectarnos y nos atacan. ¿No te atacaron antes de venir aquí?

Al momento me vino a la mente el hombre de la biblioteca.

―Sí, un hombre. Era tan pálido y delgado que parecía un muerto.

―Seguramente era algún fantasma.

―¿Cuánto tiempo llevas viviendo aquí? ―pregunté.

―Unos tres años, desde los quince.

―¿Y no podéis salir?

―No. A veces la familia viene a visitarnos, en Navidad y eso. Por cierto, ¿tú de dónde eres?

―De Nueva York.

―Siempre he soñado con ir a Estados Unidos.

―Y yo siempre he soñado con ir a Italia.

Ambos sonreímos. Paris aún me abrazaba.

―Bueno, es mejor que durmamos ya. Mañana iremos a ver al señor Hoftaguen y le contaremos lo que ha pasado. Seguramente también te hará la charla de iniciación y todo eso.

―¿Charla de iniciación?

Paris ignoró la pregunta.

―Buenas noches, pequeña Helen.

***

Me desperté cuando los primeros rayos de sol bañaban la habitación. De inmediato noté que alguien me tenía cogida de la cintura y me acordé que estaba con Paris. Nuestras piernas estaban enredadas y notaba su respiración en mi nuca. Lentamente me giré. Tenía los rizos despeinados y la luz que venía de la ventana destacaba sus largas pestañas. Sonreí y me levanté de la cama intentando no despertarle. Paris se removió y abrió los ojos.

―Buenos días, pequeña.

Una corriente invadió mi cuerpo.

―Buenos días, ¿has dormido bien?

―Sí, ¿y tú?

―Bastante bien, la verdad.

―Tendríamos que hacer esto más a menudo ―dijo con una sonrisa pícara.

Rodé los ojos. Paris se levantó y se empezó a vestir.

―Tenemos que ir a hablar con el señor Hoftaguen. Te daré algo de ropa para que te vistas.

Me dio un pantalón de chándal y una sudadera. Se giró para no verme y me cambié. Su ropa me venía bastante grande y olía a él. Un pensamiento se me vino al cerebro.

―¿Se lo contaremos todo? ¿Hasta que me he quedado aquí a dormir?

―No te preocupes, no pasará nada. Lo entenderá.

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