Volví a la habitación aún conmocionada por lo que había visto. De golpe, choqué contra algo duro y caí al suelo. Una voz suave y dulce habló:
—Vaya, lo siento pequeña, no te había visto.
Miré hacia arriba y lo vi. Era la cosa más hermosa que había visto en mi vida. Más hermosa que Atenas o que aquel edificio lleno de cristaleras. Era un chico. Debía de tener unos dieciocho años, tenía la piel aceitunada y era alto. Su pelo moreno estaba desordenado de una manera que resultaba sexy y sus ojos... Ay sus ojos... Eran grandes y de color miel, como si las joyas de oro más bonitas estuvieran deshechas en ellos. Me quedé paralizada.
—¿Te has hecho daño? De veras que lo siento.
—Emmm... e-estoy b-bien —balbuceé.
No podía hablar, me temblaba todo.
Y entonces sonrió. Pensaba que no podía ser más bello, pero estaba claro que me equivocaba. Sus dientes eran blancos, y cuando sonreía se le formaban unos hoyuelos realmente adorables en las mejillas. Estaba empezando a pensar que eso era el cielo y yo estaba muerta. El chico me ayudó a levantarme. Cuando me tocó, sentí como si una descarga eléctrica recorriera todo mi cuerpo. Me sacudí la ropa y le di las gracias (bueno, o lo intenté, pero estaba tan nerviosa que hablar me resultaba un esfuerzo enorme).
—No deberías andar sola por aquí a estas horas, es peligroso —Dios mío, era perfecto—. Bueno, me tengo que ir ya. Siento lo de antes, pequeña.
Pequeña. Me entró un escalofrío cuando dijo eso. Me giré para preguntarle su nombre pero ya había desaparecido.
Subí las escaleras hasta el primer piso y fui directa a mi habitación. Cuando llegué, Lisa ya estaba dormida. Me puse mi pijama de unicornios (sí, era una amante de los unicornios) y me metí en la cama. Al segundo me quedé dormida.
***
El despertador sonó a las seis. Lisa aún dormía profundamente. Hoy empezaba mi primer día de clase en la Academia Olímpica y francamente estaba histérica. Me vestí con el uniforme y fui al baño a lavarme los dientes, peinarme y maquillarme un poco.
Al llegar, me puse delante de un espejo y saqué el cepillo y la pasta. Cuando acabé de asearme, me di la vuelta para irme. Justo entonces un grupo de chicas entró. Una rubia me miró de arriba abajo y sonrió con arrogancia. Era muy alta, demasiado. Tenía la piel pálida y los ojos azules. Su pelo rubio caía ondulado hasta la parte baja de su espalda.
—Vaya, vaya, ¿qué tenemos aquí? Tú eres la nueva, ¿no?
Al instante de empezar a hablar, una chispa saltó en mi interior.
—Me llamo Helen.
—Con que Helen... Vigila ese tono, niña.
—Vigila tú el tuyo, "niña" —dije, imitándola.
—¿Sabes quién soy yo? Está claro que no, porque si lo supieras ya estarías arrodillada y besándome los pies.
—Primero, ni se quién eres ni me importa lo más mínimo y segundo, no me haría falta arrodillarme para besarte los pies.
Unas risitas corrieron por el grupito de chicas. La rubia las miró con enfado y de inmediato se callaron. Me dedicó una mirada asesina y antes de que pudiera hablar salí corriendo del baño.
Entré a mi habitación para coger mis cosas e irme a clase. Lisa ya se había ido. No desayuné porque tenía el estómago revuelto. A primera hora me tocaba clase de química así que me dirigí al cuarto piso. Iba a empezar ya la clase. Rápidamente busqué un sitio libre para sentarme. La clase empezó y la profesora se dirigió a mí:
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Academia Olímpica
FantasíaHelen es una chica de dieciséis años que vive en Nueva York. Su vida es perfecta, pero todo eso cambia cuando, por culpa de un extraño ataque, su madre y ella se van a vivir a Atenas. Se matricula en la Academia Olímpica, un internado donde nada es...