Mucho en poco

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Salté encima del primer cíclope que vi y me agarré a su brazo.

Tenía miedo, mucho miedo, pero una extraña ansiedad me invadía y la única cosa que tenía en mente era que necesitaba matar a esos cíclopes.

Cuando el monstruo vio que estaba empezando a escalar por su brazo, empezó a agitarlo repetidamente. Empuñe fuerte mi espada y le hice un tajo en el brazo. Éste se cortó sorprendentemente rápido y cayó al suelo con un fuerte estrépito.

―¡Argggg! ¿Cómo osas cortarme el brazo? ―bramaba― Despídete, molesta semidiosa.

Yo aún no me había levantado, así que cuando el cíclope intentó clavarme su lanza, rodé para que no me diera.

Mientras el monstruo intentaba sacar su arma del suelo, le corté el otro brazo. El cíclope gritaba e intentaba pisarme con su asqueroso pie.

―¡Te mataré! ¡Te mataré! ―repetía.

Yo seguía dando vueltas a su alrededor para intentar que no me alcanzara, pero cometí el error de girarme para mirarle.

Su pie dio en mi pecho con un ruido sordo y choqué contra un árbol. Me quedé sin respiración durante unos segundos pero cuando me recuperé, ya era demasiado tarde.

El cíclope me miraba desde arriba con una sonrisa de satisfacción. Seis metros de puro monstruo se cernían ante mí, apunto de pisotearme con sus enormes pies.

En un acto de desesperación, le lancé mi espada a su único ojo. Cuando le di, no me lo podía creer. El gigante cayó al suelo. Tenía flechas y lanzas clavadas por todo el cuerpo, pero no sabía de dónde procedían. En ese momento, me di cuenta de que un grupo de veinte semidioses me miraban asombrados, entre ellos Paris. Comprendí que habían estado luchando conmigo todo el tiempo y yo ni siquiera me había dado cuenta. El gigante se hundió como si de lodo se tratase.

―Bueno, creo que para matarles tenemos que darles en el ojo ―dije mientras recogía mi espada.

Antes de que dijeran nada, corrí hacia otro cíclope, lista para acabar con él.

Este monstruo parecía algo más inteligente (aunque no mucho más) y no dejó que nadie se le subiera encima. Paris le lanzaba flechas sin parar pero era difícil darle en el ojo: no paraba de moverse. Agitaba su lanza para intentar darnos, y de vez en cuando alcanzaba a alguien, haciéndole así algún que otro corte. Al final, una lanza atravesó el ojo azul del cíclope y esté se desplomó, desapareciendo casi al instante. Lisa apareció y recogió la lanza.

―¿Lo has matado tú? ―pregunté sorprendida.

―Eh, que se hacer más cosas aparte de dar buenos consejos.

Sonreí. Los demás, que parecían haberse dado cuenta de cuál era el punto débil de los monstruos, no tardaron mucho más en matar a los otros tres.

Parecía que hacía unas dos horas estaba en mi habitación, arreglándome para el baile, pero el sol ya asomaba por el horizonte. Me había cambiado de ropa al ir a avisar a Lisa de la muerte de Nora, así que vestía unas mallas negras con una sencilla sudadera blanca. Paris aún llevaba su esmoquin. Su traje estaba todo desgarrado y hecho jirones. Por su camisa rota asomaba su perfecto pecho, ahora lleno de arañazos y cortes.

―Has estado... impresionante ―me felicitó Paris.

―Tú tampoco has estado mal.

Los tres grupos de semidioses se juntaron.

―Habéis estado geniales, felicidades ―Apolo aplaudía.

―¿No los podrías haber matado tú? ―ni siquiera me acordaba que teníamos un dios en el campus.

Academia OlímpicaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora