Hija de alguien

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―No va, ahora en serio ―dije con los brazos cruzados sobre el pecho.

―¡Te estoy diciendo la verdad!

―Paris, para. No es gracioso así que dime ya que está pasando.

―Es la verdad ―por la seriedad con la que lo decía, estaba empezando a pensar que se había dado un golpe en la cabeza mientras se peleaba―, ¿por qué te crees que Roger pudo controlar tu mente? Es hijo de Atenea, diosa de la sabiduría, así que tiene ese poder.

Entonces me acordé. El día que llegué vi a Nora hacer crecer manzanas de un árbol como por arte de magia. ¿Y si Paris decía la verdad? No, eso era imposible.

Dije que no con la cabeza y al hacerlo noté un dolor agudo en la parte de atrás del cuello. Hice una mueca de dolor. Seguramente me había hecho daño al caerme al suelo con Roger encima. Paris pareció notarlo.

―¿Qué te duele?

―El cuello ―dije mientras me pasaba la mano por la zona dolorida―, lo más probable es que me haya hecho una contractura al caerme.

Paris se acercó a mí y posó su mano en mi cuello. Al instante sentí esa corriente eléctrica tan peculiar. Una especie de energía recorrió todo mi cuerpo y Paris apartó la mano. Me giré para preguntarle que había sido eso cuando me di cuenta de que el cuello ya no me dolía.

―Ya no me duele, ¿Cómo puede ser? Si hace un momento...

―Te lo dije ―me interrumpió él―, somos semidioses, así que tenemos poderes. Todo depende del dios que tengas por padre o madre.

La verdad era que me lo estaba empezando a creer.

―¿Somos? ¿Tú también eres un semidiós?

―Claro, y por lo que a ti respecta, creo que también.

Su afirmación me sorprendió bastante. ¿Yo? ¿Hija de un dios? Imposible.

―Yo creo que no.

―¿Has ido a algún tipo de academia a aprender griego?

―No... ¿A qué viene esa pregunta?

―Helen, estás en Grecia, ¿en qué idioma crees que hablamos? Los que somos semidioses llevamos el griego arraigado en el cerebro desde que nacemos, así que no nos hace falta aprenderlo. Ahora mismo estamos hablando en griego, y por la cara que pones, juraría que no te has dado cuenta.

―¿Hablando en griego? Pero qué...

Me fijé en lo que estaba diciendo y me di cuenta de que Paris tenía razón. Las palabras salían de mi boca con toda naturalidad, sin pensar. Era el mismo idioma que el de la frase que había dicho cuando me atacó ese hombre en la biblioteca de Nueva York. Por eso pude leer el folleto del internado aunque estuviera en griego.

―Así que... ¿Estoy hablando en griego? ―pregunté, aún conmocionada.

Él asintió.

―Lo más probable es que hayas estado hablando en griego desde que llegaste.

Suspiré y empecé a andar otra vez, de vuelta a la academia. Él se percató y también empezó a andar.

Pasaron cinco minutos y por fin llegamos. Las preguntas se agolpaban en mi cabeza: ¿Era una semidiosa? ¿Por qué mamá no me había dicho nada? ¿Tiene eso alguna relación con el hombre que me atacó antes de mudarme a Atenas? Y entonces algo me vino a la mente:

―¿Si tú eres un semidiós? ¿Quién es tu padre o tu madre? ¿Es decir, lo sabes?

Paris me miró.

Academia OlímpicaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora