cuarenta y uno.

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La bajada hace que tu estómago se siente en tu garganta, la bajada siempre es más rápida que la subida.

Así se sentía.

Sentía que iba a mil kilómetros por hora cayendo de la pendiente a la que se había subido.

La recaída suele ser más fuerte y dura. Caes en picada sin la certeza de donde vaya a chocar tu cuerpo.

Caes a la intemperie.

Donde todo está helado, donde solo hay neblina impidiendo que veas lo demás. Donde no hay nadie, nadie más que tú y tu cuerpo magullado. Nadie más que los labios secos, la garganta seca, los ojos rojos y el dolor de las heridas.

La caída suele ser más devastadora, te quita la esperanza de alguna vez recuperarte. Te nubla la vista.

Tanto como el alcohol combinado con otras sustancias, tanto como el ruido que se hace a tu alrededor, tanto como la voz de lo que alguna vez fuiste.

Sin esperanzas.

Sin ánimos.

Y sin ganas.

Solo se sentía cansado. Los ojos le pesaban y la respiración se hacía dura lastimando su garganta. Rodeado de tantas personas en su propia casa, rodeado de tantos lujos.

Se sentía solo.

Condenadamente solo.

Veía a todos aquellos divirtiéndose en su propio hogar tan lejanos a él. Veía y escuchaba a todos lejos de él.

Realmente sentía la punzada de la soledad muy cerca de su costilla, rasgaba su carne y se incrustaba más profundo.

A veces quería llorar hasta dormirse, porque no le gustaba sentirse de esa forma, sentirse tan acechado por sí mismo, tan inseguro del mañana.

Quería estar bien pero...

No podía.

Los ojos le pesaban por lo ebrio que se encontraba, su corazón sonaba en sus tímpanos, sentía cada palpitar en su pecho y como la vista se le hacía borrosa.

Era hora de terminar la fiesta, tal vez podría descansar un poco después de dos días de fiestas seguidas.

Se levantó de su sofá y tambaleándose fue hacia la radio apagando la música, hizo señas de que todos se fueran mientras él terminaba lo ultimo que había en su botella, veía como todos desalojaban su hogar.

Cuando la última persona se fue cerró la puerta principal y se tiró en los sofás. Estaba muy cansado, sus ojos dolían por la falta de dormir.

Eran muchas las veces en las que no había podido dormir por todo lo que pasaba por su cabeza, a veces deseaba que todo aquello se silenciara.

—Quiero dormir.—Se quejó frotándose los ojos.—Pero no puedo, al cerrar los ojos todo vuelve. Ah ¿Por qué tenías que volver?

No solo era Jimin quien volvía, junto a él volvía todo lo que alguna vez trató de enterrar, volvían todos tomados de las manos.

Los recuerdos de su niñez, de su pubertad y su adolescencia, los recuerdos de cómo sus padres le rechazaban solo por...por nada, incluso Jungkook creía que sus padres habían hecho todo solo por simple aburrimiento, lo habían atormentado tanto porque era la oveja débil y pequeña del rebaño.

Siempre había admirado a su hermana por la valentía y fuerza que tenía, había tenido cierta envidia por aquello, él quería ser así, tan valiente y duro como ella, ambos habían nacido y crecido en la misma casa, ambos habían pasado por todo lo que sus padres tenían, pero en diferencia a ella él no se había hecho duro por todo eso. Habían personas fuertes y débiles.

" 1997 „ ┊ kookmin au ᵕ̈Donde viven las historias. Descúbrelo ahora