Capítulo Veinte: Roto

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Kael

Mi madre estaba en el sofá llorando y hablando con mi padre, ya me tenía harto esta situación, quería irme de una vez por todas a la universidad y disponer de mi libertad lejos de mi odiosa familia. Un hermano psicótico que tiene un odio insignificante, un padre y una madre que solo están conmigo porque saben que tengo una gran herencia en mis manos.

Como si yo la hubiese tenido fácil todo este tiempo, Adam hablaba sin saber y eso fue lo que me frustró más. Estaba en el hospital con una contusión ocular leve, una lástima, hubiera querido que fuera una cerebral.

— ¿Ya me puedo ir? — hablé de nuevo, mi madre volteó a verme enojada.

— ¿Y aún así eres descarado? Debería hablar con los doctores y decir que has empeorado.

— Cállate. — escupí. Siempre sacaba el tema a relucir, usaba mi pasada adicción en mi contra para tener absoluto control de mí y mi herencia con el pretexto de que podría llegar a recaer.

Me vio indignada.

— Y todo por culpa de esa muchacha, ya decía que no sería buena para ti, mira cómo te tiene. — la miré incrédulo.

— Me voy. — me levanto y busco mi chaqueta, salgo rápido. Camino hacia el costado de la casa de Lauren y me contradigo en subir. Lo hago despacio y lento, ya había agarrado un poco de práctica después de todo.

Las luces estaban apagadas y ella estaba dormida, me quedé un rato viéndola, sentía el extraño vacío de no merecerla.

Y tal vez no lo hacía pero no quería admitirlo en totalidad. Ma fui de ahí y tomé mi carro, lo qué sentía era inexplicable.

Me estaba ahogando yo solo. Y a eso le agregaba que estaba perdidamente enamorado de una castaña hermosa, lo que sentía cuando ella estaba cerca era completamente desconocido, los nervios, sus miradas, ella se había convertido en mi prioridad.

Me aterraba ser sincero con ella y que me viera como lo que era, un alcohólico drogadicto suicida salido de rehabilitación a los 16.

Salí de las ciudad y fui a unos suburbios, dejé aparcado mi carro y salí, las calles estaban solitarias, fui a un bar, no debía estar ahí, con el tiempo había podido controlar el deseo de alcohol y cuando tomaba era moderado, pero hoy no quería controlarme.

2 de la mañana, miraba el vaso de maní sobre la barra, seguí bebiendo de la botella.

— ¿Y sabes qué es lo peor, Tom? — negó, le hice una seña para que se acercara — Que ella es tan perfecta, ¿Sabes cómo funciona eso? Porque yo no... Me mira y es como si me flaquearan las piernas. Además, además... — bebí otro poco — Siento aquí mira, aquí — señalé el pecho — que no soy para ella, como si fuera alguna especie de explosivo y me odio porque lo sé y aún así no me quiero alejar. ¡Tal vez mi hermano tenga razón! No soy yo quien debe estar con ella porque es demasiado para mí. — Tom rodó los ojos.

— Mira, te daré un consejo solo porque has dejado más propina que todos los que han venido aquí en toda la semana, dile todo, si dices que crees no merecerla has cosas para que sea todo lo contrario. Como si estar roto fuera algo malo, muchacho.  — terminó de guardar un vaso y suspiró. — Ahora dame esa botella y vete a casa, no quiero que tengas un accidente por eso vete caminando o llama a alguien. — asentí, caminé a la salida busqué mi auto, ni siquiera sabía dónde lo había dejado.

Caminar estaría bien por esta vez, ni siquiera sabía a donde iba. Llamé a alguien y esperé en las afueras del suburbio, un auto paró enfrente de mí y me adentré sin más me dormí.

La Realidad De Los Chicos Malos Donde viven las historias. Descúbrelo ahora