Capítulo Siete: Adam, Soy Lesbiana

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A poco no es perfecto el man de arriba? Considérenlo Kael, consideren dije.

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Me sentía mareada. Era divertido emborracharse, me sentía como en las nubes. Un paso. Otro.
Un tropiezo, otro.

—¡Alcohol, uh! —no sabía qué estaba pasando, o al menos no con claridad. Mi estómago dolía, sentía algo que se acercaba, iba a vómitar.

Camino y digo cosas entre dientes.

—¡Un baño joder!, tengo que sacar mi arcoiris. —me sostengo el estómago y paro en un pasillo, veo hacia el piso. ¿Y mis  zapatos? ¿Los habré dejado en la cocina?, creo que ese tal chico Rick los tiene. No importa.

Todas las puertas están cerradas. No creo que los pasillos de la casa de los Purser se merezcan vómito.

—¡Kael!, ¡Voy a vómitar!, esto es tu culpa demonio de ojos grises que hace que mis piernas flaqueen. — Vamos, faltan dos puertas, abro una y me quedo en shock.

Ay no. El vómito, elevo mi cabeza y me limpio la boca con la manga del vestido. Adam me ve con los ojos muy abiertos, y la pelirroja jadea tapándose los pechos.

—Lauren. —susurra. Se acerca y me doy cuenta que sólo está en calzoncillos, me alejo y mis mejillas arden de vergüenza, o por otra cosa.

—Lo siento —hipo —sigan procreando. —susurro y me voy, ups. Dejé vómito allí. ¡Qué calor!, ¡Uf!

¿Dónde está el botón para quitarme esto?, no importa, me lo quitaré como sea.

—¿¡Quién se quiere quitar la ropa!? —un par de chicos centran su mirada en mí. Ay, mi cabeza. Estoy a punto de quitarme la parte de arriba del vestido. No traigo sujetador, ¡No interesa!, unos brazos me abrazan por atrás.

—Hace calor j-joder. —susurro, tengo sueño y calor. Creo que también frío.

(...)

Un martillo. Un martillo. ¿¡Me han golpeado con un martillo a caso!? Mi cabeza duele, me remuevo incómoda, mmm. Huele a masculinidad. Recuerdos

—Lauren, ¿Qué hiciste? —susurro, mi conciencia se encárgate responderme con lujo de detalles, mi vestido. ¿Dónde está mi vestido?, ¿Traía sujetador?, no lo necesitaba pero, ¿lo traía? Me levanto y traigo puesta una camisa blanca de lino. Que huele demasiado bien, huele a Adam. Carajo.

—Veo que despertaste —su voz se escucha ronca, yo inmediatamente bajo la cabeza en señal de vergüenza.

—Sí... —susurro.

—Deberías tomarte las pastillas que están por allí. —señala algo en la mesilla. Yo me avergüenzo más al ver que solo trae unos pantalones de chándal, y su torso... Bueno, ya saben, bonito.

—¿Te encuentras bien?—pregunta viéndome fijamente mientras me tomo las pastillas. Suspiro y me hecho para atrás tapándome con las sábanas.

—Dime por favor qué pasó anoche. Y, bueno, no sé si quiero aún más lujos de detalles de los que me ha dado mi conciencia. —murmuro —Empezando por  mi vestido, dime que no hicimos... —el abre los ojos desmesuradamente y niega.

—Por supuesto que no y lo de tu vestido... Digamos que no paraste de vómitar desde que me habías visto pues, con ella. Y querías quitártelo por el calor que hacía, me di cuenta que no traías sujetador y mejor te traje a lo que es la habitación de huéspedes... —Carraspea —Te vi los... —dice señalado mis pechos, bueno, o lo que tengo de ellos. No. No. No. No.

—¡Mis pechos! Mierda. —me tapo la boca, no soy de las personas que dicen expresiones así, sólo las pienso. Rueda los ojos.

—Era mejor que sólo yo los hubiera visto, era eso o que media fiesta los viera. —aclara. No sé qué haré.

La Realidad De Los Chicos Malos Donde viven las historias. Descúbrelo ahora