Capítulo 22

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—¡Hange, quédate quieta!

Al instante mi mejor amiga puso su particular pose de estatua que hizo reír a las otras dos personas que se encontraban acompañándonos, que eran Petra y Floch.

Una semana había pasado desde la última vez que crucé palabras con el idiota. Y sorprendentemente, me había dejado tranquilo en todos esos días, con sólo decir que ahora sí que estaba actuando como sí jamás nos hubiésemos conocido más allá que simples compañeros de salón que sólo se ubicaban de vista. Cosa que le agradecía internamente, aunque esa estúpida parte de mi que aún se negaba rotundamente a olvidar los hechos me hiciera sentir un tanto mal al respecto.

Lo que me hacía pensar seriamente que creo que me estaba volviendo un tanto bipolar o era otro de esos síntomas que ya comenzaba a odiar.

Pero bueno, volviendo a la realidad. Ahora nos encontrábamos en la zona de los cerezos comenzando con esas benditas decoraciones para el evento, ya que después de haber estado limpiando el lugar por varios días, a Yelena le terminó por convencer de una forma más grande la idea de Bott de separarnos por grupos. Por lo que había hecho exactamente lo mismo en está oportunidad, con la única diferencia que separaba a dos grupos de cuatro personas para que fueran un día en particular y se dedicaran a hacer los arreglos en distintos sectores.

Es por ello que ahora me encontraba con Hange, Floch y Petra, que componiamos el primer grupo mientras el segundo estaba al otro extremo del lugar comenzando a montar las carpas que cubrirían a las mesas que los siguientes grupos se encargarían de colocar mañana.

Lo malo (sí, porque en mi vida siempre tenía que haber algo malo) es que a la loca parece que se le dió por tomarse cinco litros de café para poder estudiar en la noche y, dada su personalidad de por sí tan hiperactiva, ahora sí que parecía un torbellino que no paraba de correr de un lado a otro y soltar una avalancha de estupideces que ni siquiera tenían sentido y mucho menos cohesión. Cosa que ya estaba comenzando a desesperarme porque me sentía como sí fuese una madre tratando de controlar a su hijo que había ingerido una tonelada de azúcar a escondidas.

Y no, por más que fuese gracioso, no era algo lindo de soportar. Menos ahora que deseaba irme cuanto antes de allí debido a que el cielo se había tornado completamente gris, cosa que sólo podría significar que pronto caería una buena tormenta. Lo que me hacía cuestionarme sí en verdad era buena idea continuar con esto.

—¡¿Qué ocurre, Levinano?! ¡Necesito seguir colgando estás cositas tan bonitas o sino no comeré en la... —Puse una mano en su boca para evitar que soltara un nuevo y ridículo monólogo.

—Haz lo que quieras, idiota—Le dije de forma mordaz.—Pero no te pongas más en ridículo. Es lo único que te pido.

Ella sonrió anchamente cuando mi mano la soltó.

—¡Lo que quiera mi enano favorito!

Y sin más, se fue dando saltitos mientras reía como toda una subnormal. Lo que me provocó cierto tic en mi ojo izquierdo.

Al final, para no tener que soportarla lo que restaban de esas horas, les cedi a Petra y a Floch el puesto de niñera personal de Hange, a lo que ellos no se negaron, mientras yo me alejaba un poco más para poder colocar esos arreglos florales que sinceramente me desagradaban sólo por el simple hecho de que me parecía irónico colocar más y más flores en un lugar en donde de por sí ya abundaban éstas. E incluso debían ser las únicas por obvias razones.

Pero bueno, supongo que jamás comprendería la lógica de Yelena o Gilliard a la hora de tomar ese tipo de decisiones, ni mucho menos el porqué estás siempre terminaban funcionando.

Me dirigí a uno de los pequeños puestos de comida que los del grupo de ayer ya habían colocado, centrándome en decorarlo según las estrictas especificaciones que los delegados nos habían dejado prácticamente impresas para que todo fuese "perfecto". Y quizás, lo hubiera hecho tal y como lo pidieron sí no fuese porque no pude pegar algunas de las benditas flores en la parte de arriba porque... bueno, por lo obvio.

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