AUTOIII

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Me acerco tanto que mi cara se está carbonizando, el olor de la barba chamuscada se mezcla con el de las cejas y párpados, y no tarda en seguirle el de mi cabellera.

Solo tres o cuatro segundos, me queda menos que un instante para pensar, pudieran parecer pocos pero solo al experimentarlos me percato de su eternidad concentrada.

En otros días me preguntaba asertivamente por cualquier decisión, buscaba contradicciones, entresijos que alumbrasen las certezas necesarias para calmar mi ansia de dar pasos correctos.

Estiraba las horas hasta casi resquebrajarlas al límite, un límite ahogado tras exprimir del mismo hasta la última gota solitaria.

Ahora todas estas visiones vienen como ensoñaciones, se revelan como una escalera, o como una puerta, un último peldaño, el último giro a la cerradura.

Recuerdo malgastar mi salud, estropear mi cuerpo en vano, nunca es tarde para enmendar cualquier error y en algún punto logré poner moderación en hábitos tóxicos, pero siempre estaré arrepentido de no haber despertado antes, de no haber puesto punto y final al maltrato ejercido por mi voluntad de verdugo.

Imaginé muchas veces el dolor que siento ahora, en poemas que hacían discurrir la emoción y la sensibilidad en un trance tortuoso.

Al fin me doy cuenta de que estaba muy equivocado.

Algo más tarde de los hechos que ni tan siquiera llegaron a salir nunca de las ensoñaciones de mis pensamientos, fue cuando comencé a sentir el calor.

Las lenguas de fuego que se levantaron lentamente del papel todavía intacto, ahora bailan y se contonean unas con otras emitiendo una luz que se torna cada vez más blanca, como la de las estrellas colosales cuyos corazones combustionan a millones de grados centígrados.

Estaba en disposición y actitud contemplativa, admirando con pavor la belleza enigmática que ante mí se presentaba, pero preparado para coger el bolígrafo y escribir una historia.

Ya no será escrito el mayor misterio que cualesquiera ojos podrían contemplar, de aquella generalidad que habría contado, superflua al fin y al cabo ante la particularidad de mi experiencia, esgrimo la única herramienta que tengo para enfrentarme a lo desconocido y escribir, no un nombre propio, ni un lugar de procedencia, solo un interrogante.

En un último acto de arrojo, decidido yo mismo, al sacrificio como una ofrenda humana al dios mundano de mi atrevimiento, las llamas se están contemplando a sí mismas reflejadas en mis vidriosos ojos que apresuran lágrimas y empujo a mi cuerpo a tomar la postura de atravesar el infierno que caracter tras caracter transforma mis manos en ceniza, mi rostro en carbón y evapora mi orgullo.

Me equivoqué, el dolor no se parece en nada a lo que tenía pensado.

Solo puedo pensar en esto en un parpadeo, mientras veo la frase que acabo de escribir sobre mi fuego fatuo.

-¿Puedo saber?....

TAQUIPSIQUIASDonde viven las historias. Descúbrelo ahora