Capítulo 9

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Llevo alrededor de dos horas, probablemente más, conduciendo a toda velocidad sobre esta monótona e interminable carretera. En otras circunstancias habría disfrutado del paisaje casi selvático que me rodea, tal vez, pero no hoy, hoy mi único objetivo es llegar al punto señalado en el mapa siguiendo este camino que parece ser el único acceso hacia mi destino.

La primera hora de viaje el sonido de las llamadas entrantes o de los incontables mensajes, que sé muy bien debieron saturar el buzón de mi celular, fueron mis compañeros de viaje. Sé que se trataba de Sean, es obvio, quien más podría llamarme con tanta insistencia. Sin duda alguna Sean ya había notado mi ausencia o la de su camioneta, sin embargo, yo no deseaba hablar con él, realmente no sé por qué no quería hacerlo, quizás porque sabía que si lo hacia él conseguiría que yo desista de seguir con esto.

Lastimosamente para mí, en mi primer intento por silenciar el molesto sonido del celular, este se cayó de mis manos y terminó en algún lugar bajó los asientos desde donde continuó repiqueteando de forma incesante. En ese momento debí detener la camioneta para poder buscar mi celular y apagarlo, pero como en mis planes no está perder el tiempo, menos con pequeñeces como esa, solo me resigne a seguir escuchándolo creyendo ingenuamente que Sean se rendiría pronto. Grave error, eso no sucedió y por varios y tortuosos minutos todo lo que escuché fue el enervante sonido de mi celular.

Por pequeños espacios de tiempo las llamadas y los mensajes cesaban y cada vez que eso pasaba yo esperaba, rogaba que al fin Sean se hubiese resignado, pero tan solo unos minutos después todo volvía a empezar. Hasta que finalmente, una hora después de iniciadas las llamadas, todo ese ruido ceso de un segundo para otro y no volvió a ser una molestia. Quizás Sean al fin se cansó de llamar o quizás simplemente no exista cobertura en esta parte de la carretera, me inclino a pensar que se debe a lo segundo.

Esa primera hora u hora y media de viaje fue algo más o menos lineal, sobre un camino no muy ancho, pero asfaltado y de espacios bien definidos, sin embargo, hace como media hora atrás o tal vez un poco más, la carretera se ha convertido en un estrecho camino de tierra mayormente húmeda gracias a delgados velos de agua cristalina que de tramo en tramo descienden por la pared montañosa que está a un lado del camino. El agua que cae atraviesa la carretera dejando pequeños charcos de agua que se expanden a lo largo de la vía gracias al tránsito de los vehículos, pese a ello el agua solo continua su camino hasta descender por el otro extremo de la carretera, hacia ese abismo que parece no tener fin, pero que debe estar allí, muchos, muchos kilómetros en lo profundo. Claro que desde mi posición yo solo puedo ver un manto verde que lo cubre todo y que inicialmente confundí con arbustos y pequeños matorrales, pero que con el avanzar del camino comprendí que se trataba de las copas de los árboles.

Además mientras más me adentro en el camino, este se hace más accidentado y mucho más estrecho que al inicio, casi puedo asegurar que la camioneta ocupa todo el ancho de la vía. De pronto hay cuestas muy inclinadas por las que debo subir o bajar, las mismas que desembocan en serpenteantes caminos de curvas muy pronunciadas.

Pese a la complejidad de la carretera, este aun es un camino por el que puedo transitar; bien, lo admito, la camioneta todo terreno de Sean está siendo de mucha utilidad, prácticamente hace todo el trabajo.

El cielo comienza a oscurecer y al percatarme de este hecho mi impaciencia se hace aun mayor, aun tengo una buena parte del camino por recorrer y yo necesito llegar ya. Y en vista que la carretera, que por alguna razón que desconozco, pero que sinceramente no me interesa, está desierta; yo solo aprieto el acelerador incrementando la velocidad.

No había tomado conciencia hasta ahora de lo dependiente que soy al bullicio constante del ir y venir de la gente en la ciudad, el sonido de los motores de los autos cada vez que pasan cerca a uno con excesiva e innecesaria velocidad, los ruidos producidos por el eterno congestionamiento vehicular o el sonido de las sirenas de las patrullas y de las ambulancias que trabajan desde muy temprano. Esos molestos sonidos están tan naturalizados en mi que solo ahora que no puedo escucharlos son perceptibles a mis oídos y me doy cuenta de lo mucho que los necesito. El maldito silencio de esta carretera en mitad de la nada esta enloqueciéndome, mucho más que el repiqueteo constante de mí celular y justo ahora daría lo que sea porque esa molesta melodía sonara una vez más.

Una razón para vivirDonde viven las historias. Descúbrelo ahora