Capítulo 11

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Caminé por varios minutos disfrutando del suave roce de la brisa en mi rostro, iluminado tan solo por el brillo de la luna que peleaba con las densas nubes grises que intentaban cubrirla. Podía oír algunos grillos cantando además de ver alguna que otra polilla revoloteando por los alrededores, sin embargo, eran muy escasos. Ciertamente puedo oír y ver más de esos insectos en casa de Sean, me imagino que se debe a la humareda producida por el incendio que es muy perceptible desde esta ubicación.

Desde que tomamos el camino que nos condujo al albergue pude sentir un sutil olor a quemado en el ambiente y conforme nos fuimos adentrando en el bosque el olor se hizo más intenso, incluso el cielo comenzó a tornarse más gris casi como en el pico más alto de una tormenta, sin embargo, la temperatura lejos de descender como en cualquier tormenta, esta solo se incrementaba y dejaba en el aire una extraña sensación de pesadez o sofocación muy distinta a la que sentí al momento de bajar del avión.

Cuando llegue a un punto donde el camino que iba siguiendo se terminó y desapareció en la inmensidad del bosque, me detuve. Podía escuchar claramente el sonido del agua en movimiento y en efecto, al acercarme hacia el sonido me topé con las riberas de un inmenso río.

La vista desde allí era simplemente impresionante. Me senté en una piedra algo grande y plana y me quedé allí contemplando el río, como hipnotizado, había algo en el movimiento del agua que era atrayente y al mismo tiempo me relajaba. En ese momento yo me encontraba solo y en completo silencio, sin embargo, no era un silencio ensordecedor o asfixiante como los que normalmente me acompañaban, esta vez, por primera vez en mucho tiempo me sentí a gusto estando solo y en silencio. Quizás por eso permanecí en ese mismo lugar hasta que la temperatura comenzó a descender lo suficiente como para obligarme a volver sobre mis pasos.

Siguiendo el mismo camino por el que llegué, sin nada de prisas caminé de regreso hacia el albergue. Para cuando pude vislumbrar la luz tenue de algunos faroles que bordeaban los límites del albergue, sentí las vibraciones de mi celular, notificaciones recordándome que una vez más volvía a tener señal.

Revisé la hora, media noche. Me sorprendió saber que mi pequeña caminata tomó más tiempo del que imaginé, sin embargo, lo que más me sorprendió fue tomar conciencia de que oficialmente llegó la navidad... otro año más. Respiré profundamente un par de veces, estos días siempre han tenido una connotación por demás dolorosa y cargada de demasiados remordimientos para mí, supongo que así será por el resto de mi vida. Su muerte, es algo con los que tendré que aprender a lidiar, solo me gustaría saber si algún día será más sencillo.

Sacudí la cabeza de lado a lado con la intención de alejar esos oscuros pensamientos que siempre acuden a mí en estas fechas, no quiero volver a recaer en ese espiral de depresión, reproches, culpas y autocompadecimientos al que al parecer me había vuelto adicto. Pero al mismo tiempo me aterra no tener la suficiente fortaleza para salir de todo eso.

Por lo pronto, se me ocurrió llamar a la única persona que creo se alegrará de oír mi voz, sin embargo, debido a que es exactamente media noche debo esperar un tiempo relativamente razonable hasta que se realice el ritual de brindis, abrazos y felicitaciones de media noche; entre tanto me puse a recorrer los alrededores del albergue, por supuesto evitando acercarme al campamento de Erica y su equipo de rescatistas que a esta hora ya deben estar completamente dormidos.

Cuando sentí que había esperado lo suficiente saqué mi celular del bolsillo y revisé la lista de contactos de la tarjeta SIM que Sean me facilitó para poder mantenernos en contacto por el tiempo que yo permanezca en este país; además de los reglamentarios números de emergencia que vienen incorporados automáticamente solo figuraba un nombre en la lista, el de Sean. Por supuesto, llame a Sean. Tan solo un par de repiques fueron suficientes antes de que él conteste mi llamada.

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