XII

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Dante cerró los ojos esperando el golpe, esperando el momento en el que los lestrigones le destrozasen. Sin embargo el golpe nunca llegó y en su lugar sintió una fresca brisa recorriendo su cuerpo y escuchó el piar de los pájaros - ¿Qué demonios? – dijo cuando abrió los ojos.

Ya no había ni rastro de los lestrigones, ni de Helena. De hecho ya ni siquiera se encontraba en el museo. En su lugar estaba al pie de un inmensa torre, para ser más exactos, la torre Eiffel – Paris... - murmuró mientras veía el inmenso monumento. A su alrededor la gente iba de aquí para allá tranquilamente parecían no ver al chico, lo cual no entendía ya que se suponía que estaba destrozado. Entonces Dante cayó en que no le dolía nada, se acercó a uno de los escaparates de la ciudad para comprobar que estaba perfectamente. En lugar de la ropa destrozada y la sangre, llevaba un traje azul oscuro con una camisa blanca y zapatos marrones. No había ni rastro de sangre ni heridas por su cuerpo y por último su pelo estaba cortado tal y como a él le gustaba, con los lados corto y el flequillo de punta pero dejando que cayese un poco por su frente. 

- He hecho un buen trabajo, ¿verdad? – dijo una voz detrás suya. Dante se quedó boquiabierto en cuanto la vio. Llevaba un vestido rojo de raso y el pelo rizado en una cascada de tirabuzones. Su cara era la más bella que había visto jamás, un maquillaje perfecto, unos ojos deslumbrantes y una sonrisa capaz de iluminar el lado oscuro de la luna.

De hecho, no tenía muy claro a quien se parecía. Al principio le pareció que se parecía a Helena, los ojos azules y la mirada tierna. Sin embargo el rostro de esa persona parecía que estuviese en un cambio constante siempre yendo a más bella.

- La verdad es que ese corte de pelo me gusta mucho – dijo con una sonrisa. Las palabras de la mujer le sacaron de su fascinación. Entonces Dante cayó en quien era la persona que estaba delante de él. La diosa Afrodita en persona, ya la había visto en una de sus visitas al Olimpo, pero esta era la vez que más cerca había estado de ella.

- Mi señora Afrodita – dijo agachando la cabeza a modo de respeto - ¿Qué ha pasado? ¿Cómo es posible? – 

- Ven conmigo joven héroe – respondió. La diosa cogió del brazo a Dante y ambos caminaron por la ciudad hasta llegar a una cafetería – Me encanta este lugar – dijo con una sonrisa. Se sentaron en una de las mesas de la terraza y no tuvieron que esperar mucho para que un camarero les atendiese. La diosa pidió un café y un postre - ¿Tú quieres algo? – le preguntó a Dante.

- No tengo hambre – respondió él. El camarero se fue a prepara la orden dejándolos solos – Mi señora... ¿Qué ha pasado? ¿Por qué estoy aquí? –

- Tus rezos fueron escuchados.

- Bueno... Yo le recé a mi padre. No a la diosa del amor. Sin ofender – dijo recordando la muerte del rey de los lestrigones.

- Puede, pero al final lo que hiciste fue un sacrificio de amor y yo soy la diosa del amor – dijo Afrodita.

- Helena... - murmuró Dante - ¿Cómo está ella? ¿Qué le ha pasado? –

- La chica está bien. Al matar a Antifates cumpliste tu ofrenda así que decidí salvarla – dijo la diosa. Su pedido llegó y esta se puso a comer con tranquilidad.

- ¿De verdad? – preguntó Dante sin creerla del todo. La diosa asintió – Menos mal... - suspiró Dante – Entonces... ¿Qué hago yo aquí? ¿También me ha salvado? –

- Sabes que las cosas no son tan fáciles. Los dioses no intervenimos porque sí en los conflictos de nuestros hijos. Ahora mismo tú estás en el museo de arte de Columbia, estás rodeado de un grupo de lestrigones y parece que vas a morir – dijo la diosa. Esta hizo aparecer de la nada un espejo de cuerpo entero y lo enfrento a Dante. En el reflejo no llevaba ni traje ni estaba bien peinado. Su ropa estaba hecho jirones, había sangre por cada parte de su cuerpo y su rostro estaba hinchado de los golpes – Así es como te ves en realidad, pero eres un chico guapo, sería un desperdicio... -

ARES #1 // DIOSES DEL OLIMPO // PERCY JACKSONDonde viven las historias. Descúbrelo ahora