1: Besos robados

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Estados Unidos, Carolina del Norte

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Estados Unidos, Carolina del Norte.

2008

Todavía recuerdo la primera vez que lo vi.

Mamá me llevaba de la mano mientras cruzábamos la calle para saludar a los nuevos vecinos. Durante esas vacaciones una familia de California había comprado una de las casas más grandes de nuestro condado, y en ese momento se encontraban desempacando.

Yo caminaba mirando mis zapatillas color rosa, cuando un balón de fútbol que cruzaba la calle se detuvo frente a mí.

Al levantar la mirada lo que encontré me dejó sorprendida, un niño corría por la calle detrás de su pelota, el cabello oscuro se pegaba en su rostro a causa del sudor, y sus mejillas estaban rosadas de tanto jugar. Sus ojos verdes esmeralda me observaban con curiosidad en el momento en que preguntó con timidez:

—¿Me pasas mi balón?

Golpee el balón con mi pie, y este regresó a su dueño.

—Soy Nicole —le dije sonriendo.

Después de unos segundos de espera su respuesta fue a apenas audible.

—Yo soy Adam.

Tomando su balón emprendió su marcha hacia el otro lado de la calle.

Nos volvimos inseparables después de ese día, al principio me costaba mucho sacarle algunas palabras; pero a medida que pasaba el tiempo nos íbamos acercando más, hasta convertirnos en mejores amigos. Durante horas jugábamos en mi habitación, o en el jardín, en las tardes calurosas nos bañábamos en la piscina, y mi familia, estaba más que feliz de que tuviese compañía.

Los años pasaron, y nuestra amistad seguía intacta.

Se acercaba mi cumpleaños número catorce y mis padres decidieron que ya tenía edad suficiente para celebrar una pequeña fiesta con algunos compañeros del colegio. Así fue como la tarde de aquel quince de agosto la casa terminó llena de adolescentes. Los globos violetas, decoraban cada rincón del salón y no paraba de recibir regalos, desde muñecas con las que nunca jugaría, hasta productos de maquillaje que aún no tenía edad de usar.

Adam se acercó a mí luego de haber cortado el pastel y envolvió un pequeño papel en mi mano, donde encontré tan solo una frase: "Casa del árbol". Como la niña ilusionada que era lo seguí sin pensarlo. La casa del árbol era para nosotros un refugio, ubicado en el jardín trasero de su casa. Su papá la había construido algunos años atrás, por un capricho de Adam. Subí con dificultad debido al vestido que estaba usando, pero grande fue mi satisfacción al verle sentado sobre el suelo de madera.

Me aproximé en silencio, no quería decir nada que borrara de su rostro esa dulce sonrisa donde mostraba un hoyuelo en la mejilla derecha.

—Hola —pronuncié despacio.

—¡Feliz cumpleaños, Nicole Campbell!

—Ya me has felicitado esta mañana —le recordé divertida-. Gracias, otra vez.

—Te tengo un regalo.

—¿En serio? —pregunté muy entusiasmada.

Amaba las sorpresas.

—Así es. —Me mostró una pequeña cajita.

No pude evitar llevar mis manos a la boca cuando rompió el envoltorio. Era preciosa, dentro reposaba una magnífica cadena de la cual colgaba una estrella, con algo grabado en la parte trasera: «Adni».

—¿«Adni»? —cuestioné al no comprender el significado oculto en la palabra.

—Adam y Nicole. «Adni».

—¡Dios, Adam! ¡Es hermoso, gracias! —murmuré dando la espalda para que me la colocara.

—Te ves... hermosa —susurró y yo no pude ocultar mi sonrojo.

En el momento menos esperado sus labios eran una presión firme pero dulce sobre los míos.

Un hormigueo me recorrió el cuerpo, una sensación completamente desconocida. Las manos me temblaban y el corazón me latía de prisa. Ahí, en la casa del árbol, me acababan de dar mi primer beso.

Salimos de allí a escondidas, como si hubiésemos hecho algo terriblemente malo, sin mencionar una palabra, sin mirarnos a los ojos, y actuando con torpeza.

Horas más tarde, mientas su familia y la mía se reunía en el patio trasero de mi casa, y nuestras madres bebían copas de vino, Fabián Collins, padre de Adam, recibió una llamada telefónica que cambió drásticamente el ambiente que nos rodeaba. Una grandiosa oferta de trabajo, y para ello deberían regresar a California.

Lloré durante horas encerrada en mi habitación, mientas mi madre rogaba por que le abriera la puerta, insistiendo que no dejaríamos de ser amigos, que podríamos visitarnos en vacaciones y hablar por teléfono.

Nada servía de consuelo ante la idea de perder al chico de ojos verdes que había estado a mi lado durante los últimos seis años, mi único amigo, el que me protegía cuando intentaban burlarse de mi rostro marcado por el acné, o cuando comenzaron a crecerme los pechos.

Una semana pasó; pero Adam nunca mencionó nada de aquel beso robado.

La emoción que sentía se convirtió en decepción, hasta que finalmente llegó el día de su partida.

Lo vi montarse en el coche de sus padres, cabizbajo, con los hombros encogidos, mucho más alto que yo, pero en ese momento, su tristeza lo hacía lucir pequeño.

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Te quiero para mí [EN FÍSICO]✔Donde viven las historias. Descúbrelo ahora