4: Otra mentira más

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Estados Unidos, California

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Estados Unidos, California.

Adam Collins

Me encuentro tumbado en la cama, rodeado por la oscuridad de la habitación, mientras mis pensamientos confusos atormentan cada parte de mi alma. Nunca me había pasado por la cabeza la idea de regresar, reencontrarme con mi pasado, ese que creía olvidado y abandonado en un lejano recuerdo, de esos felices, tanto, que resultan dolorosos.

—¿Dónde está mi idiota favorito? —Escucho que llaman a la puerta, y con un gruñido le indico que pase.

—¿Qué demonios quieres, Lombardi?

—Quiero que levantes tu sucio culo de esa cama, te pongas una ropa decente y vayamos juntos a esa fiesta.

El idiota que se hace llamar mi mejor amigo enciende la luz, causándome molestia en los ojos, más de la que ocasiona su presencia.

—Hugo, ¿de qué fiesta estás hablando?

—¿No has revisado tu celular?
—No —contesto, mostrando desinterés.

—Adam, nos iremos a esa fiesta. No puedo permitir que tu última noche en California sea así de aburrida.

—Hugo, entiende que no quiero subirme mañana a un avión teniendo resaca.

—Prometo que regresaremos temprano. Anda, ve a ducharte.

Me levanto y camino hacia el cuarto de baño. Una vez dentro dejo caer al suelo la sudadera azul que traía puesta. Me volteo y observo la tinta oscura de mi más reciente tatuaje; un árbol que extiende sus raíces desde la parte baja de mi espalda, seguido por el tronco, que ocupa gran parte de mi columna, y finaliza en unas ramas secas, sin el menor rastro de vida o color. En los brazos llevo tatuadas varias rosas, y estas, si son coloridas.

Desde hace 2 años, cuando me hice el primer dibujo sobre la piel, ninguno tenía un significado especial, hasta que decidí tatuarme este árbol, para nunca olvidar de dónde vengo, el lugar donde nací, pero el tronco, el pilar de la planta, ese que sostiene mi futuro, no es lo que ha ocurrido aquí en California, sino aquello que dejé atrás en Carolina del Norte.

Tomo una ducha rápida y salgo envuelto en una toalla. Me coloco unos pantalones sencillos y una camisa de un verde muy oscuro, una chaqueta, un poco de perfume y ya estoy listo.

—¡Hugo, vámonos! —lo llamo porque de seguro ya está tirado en cualquier sillón.

Tomo mi billetera y la guardo en el bolsillo de mis pantalones, junto al celular. No encuentro las llaves del auto en ninguna parte. No están sobre la mesa, ni en la cocina, en ese momento sale Hugo del salón, mostrando en sus manos lo que tanto buscaba.

—Aquí están las llaves.

Sonríe con suficiencia.

—Me tienes harto, que bueno que me largo en unas horas —gruño antes de arrebatárselas y salir sin esperarlo.

Te quiero para mí [EN FÍSICO]✔Donde viven las historias. Descúbrelo ahora