24: Nunca te haría daño

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Nicole Campbell

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Nicole Campbell

Salimos al pasillo y bajamos las escaleras con mucho cuidado. Tal como dijo, mis padres están abrazados en el sofá viendo la televisión, tan sumidos en su plática que no se percatan del momento en que pasamos por detrás del salón y cruzamos la puerta de la cocina, para salir al patio. Llegamos a la calle, y su coche está aparcado en la acera. Abre la puerta del copiloto para mí y da la vuelta para sentarse frente al volante.

—¿Dónde iremos?

Estoy ansiosa por descubrir que pretende este chico. Aunque tengo la certeza de que yo lo seguiría con plena confianza al lugar que él desee.

—No lo sé.

—¿No lo sabes?

Intercambiamos miradas por un momento.

—Más bien, no quiero decirte.

Enciende el motor y pone el auto en marcha. Atravesamos la ciudad llena de luces hasta adentrarnos en una carretera muy conocida. Una sonrisa invade mis labios, porque ya sé a dónde nos dirigimos.

Después de diez minutos, detiene el coche frente a la gran entrada que conduce Lake Johnson Park, el lugar que en los últimos días se ha convertido en nuestro refugio secreto.

Recuerdo su rostro, el dolor en su expresión, mostrando todos los sentimientos que lo estaban desbordando. Ahora está aquí, a mi lado, sonriente, siendo el mismo chico de siempre y eso, me llena de felicidad, porque nadie más en este mundo merece tanto ser feliz como él.

Salimos del coche y Adam toma una mochila de asiento trasero. Nos detenemos a observar el hermoso paisaje nocturno. Frente a nosotros se extiende un sendero rodeado de árboles, que está iluminado por luces de colores cada cierta distancia. En medio de la oscuridad, dan la impresión de ser pequeñas luciérnagas coloridas y brillantes. Adam toma mi mano, la lleva a sus labios, y deja un suave beso sobre mis nudillos.

El corazón me late tan rápido, que pareciera que se va a salir de mi pecho. La profundidad de sus ojos verdes muestra tantos sentimientos y emociones, que no es necesario decir ni una sola palabra.

Caminamos, escuchando el sonido de los animales nocturnos, sintiendo el aire fresco acariciar nuestra piel, y sin soltar nuestras manos, como si eso nos volviera uno, solo un corazón, solo un alma, y solo un amor.

Cruzamos el puente, y nos detenemos cuando llegamos al otro lado del lago. Adam abre la mochila, y saca de ella una manta, que tiende en el suelo, para ambos sentarnos.   

Todo parece distante, mínimo, insignificante, porque ahora mismo solo estamos nosotros, él y yo, sentados a varias millas de nuestro hogar, ajenos a lo que sucede en el exterior, y encerrados en nuestra burbuja, donde lo único que importa es nuestra felicidad.

Una brisa fría me recorre e instintivamente me abrazo tratando de cubrirme. El chico de ojos verdes se quita la sudadera, y la coloca sobre mis hombros, gesto que agradezco con una sonrisa.

Te quiero para mí [EN FÍSICO]✔Donde viven las historias. Descúbrelo ahora