14 | Miedo

209K 18.6K 33.2K
                                    

14 | Miedo

Maia

Cuando me despierto a la mañana siguiente, reina el silencio.

Los rayos de sol que se cuelan entre las cortinas me dan de lleno en el rostro. Abro los ojos, adormilada, y tardo un segundo en darme cuenta de que no estoy en mi habitación. Bostezo e intento incorporarme, pero me detengo cuando noto el brazo que me rodea la cintura. Su aroma, su calor y su presencia me envuelven como un huracán y el corazón me salta dentro del pecho.

Liam.

Su mano descansa sobre mi estómago, rozando la franja de piel que deja al descubierto mi camiseta, mientras que la mía se encuentra sobre su pecho. Tengo la cabeza apoyada en su hombro. Flexiono el cuello para mirarle y descubro que sigue con los ojos cerrados. Tiene la boca ligeramente entreabierta y los rizos le caen sobre la frente. Su respiración es suave y acompasada. Parece un niño cuando duerme, con esa expresión angelical.

Trato de pensar de lo que ocurrió anoche, pero lo último que recuerdo es que Steve saqueó nuestra cocina. Imagino que me quedé dormida y que, en lugar de despertarme, Liam decidió quedarse conmigo. No recuerdo hace cuánto que no duermo con un chico. Normalmente rehúyo cualquier tipo de contacto físico y, sin embargo, aquí estoy; prácticamente tumbada encima de él. Así he pasado la noche. Y no me he despertado ni una sola vez. Tampoco me acuerdo de cuándo fue la última vez que dormí del tirón.

Sé lo que significa la calidez que siento en el pecho y no me gusta nada. Esto está llegando demasiado lejos. No puedo volver a arriesgarme.

Sea lo que sea lo que tengamos, se tiene que acabar.

Consigo levantarme sin despertarlo y desactivo la alarma del móvil antes de que suene. Tras mirar a Liam una última vez, trago saliva y me dirijo a mi habitación para prepararme para ir a trabajar. Una vez vestida, me paso por la cocina porque, aunque no me apetezca, sé que debería desayunar. Steve solo se alimenta a base de comida basura, así que nunca se lleva las frutas ni las verduras. Mejor para mí. Su salud no me importa una mierda. Cojo una manzana y me la guardo en el bolso.

—¿Te vas? —pregunta Liam a mis espaldas.

Su voz ronca me provoca un escalofrío. Me giro y le veo sentado en el sofá, despeinado y con cara de dormido. Me obligo a mirar hacia otra parte.

—No quiero llegar tarde al trabajo —respondo con sequedad.

—Puedo ir a recogerte cuando salgas.

—No.

—¿Por qué?

—Porque no eres mi novio de verdad.

Mientras más claro quede, mejor para ambos.

No espero a que conteste. Solo cojo mis cosas y salgo de la vivienda.

La jornada transcurre con tranquilidad. Es más fácil trabajar con este horario. Salgo a las 18:00H, que la hora a la que el bar empieza a llenarse, de forma que servir mesas hasta entonces es un paseo. Sobre todo los lunes, como hoy, cuando no tenemos clientes suficientes como para que Charles, nuestro jefe, se moleste en pasarse por aquí. Lo único que suele importunarme es la presencia de Derek, pero no se ha acercado a mí en toda la mañana.

Termino de colocar los vasos bajo el mostrador y aprovecho que los clientes ya están atendidos para sacar mi cuaderno. A veces escribo. No es algo serio. No quiero dedicarme a ello en un futuro ni nada, solo me ayuda a desahogarme cuando ya no puedo más. Empecé a hacerlo tras la muerte de papá y recurro a ello como escape desde entonces.

Abro el cuaderno, distraída, y veo que algo sobresale de una de las páginas. Me he pasado todo el día intentando sacármelo de la cabeza y, aun así, cuando menos me lo espero vuelve a aparecer.

Hasta que nos quedemos sin estrellas |  EN LIBRERÍASDonde viven las historias. Descúbrelo ahora