01 | La leyenda de Andrómeda

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Maratón sorpresa 1/2

01 | La leyenda de Andrómeda

Maia

En mi habitación todavía hay una cama vacía.

También conservo las estrellas pegadas en el techo. Mi constelación favorita, Andrómeda, se encuentra justo sobre mi cama. Mi hermana me contó una leyenda sobre ella cuando éramos pequeñas, pero ahora no me apetece pensar en semidioses y en monstruos marinos.

Son exactamente las 9:58h de la mañana y faltan dos minutos para que me suene el despertador. Apenas he dormido esta noche. Me he despertado cuando los primeros rayos de sol se han colado entre mis cortinas y llevo mirando el techo, en silencio y con la mente en otra parte, desde entonces. No dejo de preguntarme por qué no las he quitado. Han pasado cinco meses desde el día 24 de noviembre, cuando me prometí que lo haría.

Pero las estrellas siguen ahí.

No me enteré hasta que vi las noticias. Accidente múltiple. Ocho muertos. Más de una decena de heridos. Nunca he sido buena con las matemáticas, pero sabía que era bastante probable que mamá y Deneb ya hubieran pasado ese tramo de carretera cuando ocurrió. También sabía que la probabilidad de que ambas estuvieran entre los heridos era de un 20% y que había un 40% de posibilidades de que solo hubiera sobrevivido una.

No concebía otra alternativa. Seguí aferrándome a mis porcentajes más favorables incluso cuando me llamaron desde el hospital. Por desgracia, las matemáticas nunca son exactas si hablamos sobre lo que nos depara el destino.

Suspiro y estiro la mano para apagar el despertador. Después, me levanto de la cama y arrastro los pies hasta el baño. Como anoche no me desmaquillé, tengo unas aureolas de rímel en torno a los ojos que hacen que parezca un mapache. Me lavo la cara y me recojo el pelo en una coleta. Tengo los músculos cansados y me faltan fuerzas para moverme con normalidad.

Las cortinas de la bañera están en el suelo porque mamá las tiró hace una semana y aún no he sido capaz de arreglarlas. Ya no queda pasta de dientes, así que mañana tendré que pasarme por el supermercado antes de ir a trabajar. No recuerdo cuando abrí el frigorífico por última vez, pero espero que tengamos algo para subsistir por hoy, al menos, porque no me apetece recorrerme toda la ciudad en busca de una tienda que abra los domingos.

Vuelvo a mi habitación para cambiarme y hacer la cama. Ayer dejé mi cuaderno abierto sobre el escritorio, pero prefiero no saber lo que escribí. Estaba tan cansada que todos mis recuerdos están borrosos. Le echo un último vistazo a las estrellas del techo y a la cama en donde dormía Deneb y cojo una profunda bocanada de aire antes de salir de mi cuarto. Quería retrasar este momento tanto como fuera posible, pero no puedo seguir encerrada eternamente.

Bienvenidos, un día más, a la maravillosa vida de Maia Allen.

Aunque ya ha amanecido, la casa está completamente a oscuras porque alguien ha echado las cortinas. Cierro cuidadosamente la puerta a mis espaldas y enciendo la luz del pasillo. Escucho el suave murmullo de la televisión y veo reflejos azules sobre la pared del salón. Parece el escenario de una película de terror, pero quien me espera en la sala de estar no es un enorme monstruo marino, como en la leyenda de Andrómeda, sino mi madre.

Lo primero que hago es abrir la ventana y descorrer las cortinas. Detrás de mí, mamá suelta un gemido. Cuando me vuelvo a mirarla, siento una presión en la garganta que casi no me deja respirar. Está tirada en el sofá, durmiendo a pierna suelta, con la ropa descolocada y el pelo enmarañado. Hay bolsas de frituras y latas de cerveza tiradas por el suelo. La escena me revuelve el estómago y un sentimiento de culpa se me cuela en las entrañas.

Hasta que nos quedemos sin estrellas |  EN LIBRERÍASDonde viven las historias. Descúbrelo ahora