19 | La explosión de una estrella

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19 | La explosión de una estrella

Maia

—¿Se puede saber qué coño te pasa? La mesa ocho lleva quince minutos esperando su pedido.

Doy un respingo al escuchar la voz de mi jefe. Se encuentra al otro lado de la barra, mirándome con esa expresión que siempre me manda escalofríos. Intento pensar en una excusa, pero me he quedado completamente en blanco.

—Está solucionado, Charles. Acabo de servirles —interviene Lisa, acercándose a nosotros.

El corazón me late a toda velocidad. Alterna la mirada entre nosotras con desconfianza, pero termina asintiendo con la cabeza. Me señala con un dedo.

—Espabílate. No te pago para que espantes a mis clientes.

Se marcha a su despacho y, en cuanto desaparece, el alivio me inunda los pulmones. Parece que vuelvo a respirar. Me apoyo contra la encimera y me doy una reprimenda mental. Los sábados por la tarde siempre tenemos un aluvión de clientes, pero normalmente me las ingenio para acordarme de las comandas y servir todas las mesas a tiempo. Nada justifica que esté tan distraída.

—Gracias —le digo a Lisa, que me mira con preocupación.

—No es nada. ¿Seguro que estás bien?

—Sí —miento.

Vuelvo al trabajo para evitar que haga más preguntas.

Me he pasado toda la noche sin dormir. Ayer Steve me soltó uno de sus comentarios durante la cena y no fui capaz de pegar ojo sabiendo que él estaba en la habitación de al lado. Incluso cerré la puerta con pestillo, pero no sirvió de nada. Le tengo mucho más miedo desde que se atrevió a pegarme. Ahora sé lo que está dispuesto a hacer cuando pierde los estribos.

Ha pasado una semana y media desde entonces, lo que se traduce en que llevo diez días sin ver a Liam. La sonrisa victoriosa que esbozó Steve al comprobar que se había marchado me puso tan enferma que estuve a punto de llamarlo para suplicarle que volviera. Por suerte para los dos, no lo hice.

Ahora paso mucho tiempo sola. Steve y mamá nunca están en casa y la única persona con la que hablo a diario, sin contar a Deneb, es Lisa. Sabe que Liam y yo nos hemos distanciado, pero no le he contado por qué. No necesito a nadie más que me diga que he cometido un error. Yo misma me lo repito a menudo. Y entonces necesito toda mi fuerza de voluntad para no coger el móvil y escribirle.

Una parte de mí, la más ingenua, supongo, tenía la esperanza de que quisiera a Liam solo por interés. Estaba convencida de que solo lo echaría de menos cuando necesitara a alguien que me hiciera sentir segura en presencia de Steve. Sin embargo, no he tardado en darme cuenta de que, en realidad, esas situaciones son las más fáciles de sobrellevar. Hacen que recuerde por qué lo obligué a irse y no me cuesta mantenerme firme en mi decisión.

El problema es lo que viene después, cuando solo quedan el silencio y los pequeños detalles. Echo de menos enseñarle mi banda musical de la semana, cocinar juntos, verlo conducir cuando me recogía del trabajo para llevarme a visitar a Deneb. Las noches de películas y todas las veces que supervisé sus lavadoras para asegurarme de que no metía la pata. Llegar a casa agotada del trabajo y que sus bromas me hagan olvidar el día tan horrible que he tenido.

En momentos como esos, ni siquiera mi orgullo intenta impedirme que lo llame. Y aun así no lo he hecho.

—Tío bueno a las doce en punto —anuncia Lisa alegremente cuando estamos recogiendo los vasos sucios de la barra—. Está en tu zona, pero el código solemne de la amistad exige que me dejes atenderlo.

Hasta que nos quedemos sin estrellas |  EN LIBRERÍASDonde viven las historias. Descúbrelo ahora