04 | Un viaje por carretera

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Capítulo sorpresa. Feliz Navidad ♥

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04 | Un viaje por carretera


Liam

—Ponte el cinturón.

—Oído, Sargento.

Me llevo una mano a la frente, imitando el saludo militar, y Maia pone los ojos en blanco antes de encender el motor. Ahora que la he molestado un poco, obedezco y me abrocho el cinturón. No me molesto en esconder mi sonrisa. Se me da bien sacar de quicio a la gente. Diría que es una de mis virtudes. Esta chica tiene carácter y creo que voy a pasármelo muy bien pinchándola durante todo el camino.

Sin embargo, decido esperar a que estemos en carretera y ya no pueda echarme del coche a patadas. Hemos tardado media hora en salir de su casa porque aún no estaba muy convencida. He aguantado sin rechistar como todo un campeón, pese a que no entiendo por qué se preocupa tanto. Es domingo y tardará como máximo siete horas en estar de vuelta en casa. Es mucho tiempo, vale, pero voy a pagarle bien. Gracias a mí podrá comprarse cualquier capricho.

Debería estar dándome las gracias y, sin embargo, se comporta como si hacer esto fuera un suplicio para ella.

No vive sola. Antes de irnos ha entrado en una de las habitaciones para despedirse de su madre, que aún dormía. No pretendía entrometerme en la conversación, pero sé que Maia no le ha dado muchos detalles y que ella tampoco se ha molestado en preguntar. Supongo que ya tenemos algo en común. ¿Dejas que tu hija se suba a un coche con un desconocido y ni siquiera te interesa saber a dónde van? En definitiva, suena a algo que Gabriela Harper haría.

Maia conduce hasta que salimos de Northiam. Me dedico a mirar distraídamente por la ventana, en silencio. La aspirina me está haciendo efecto por fin y ya no me palpitan las sienes, aunque este cacharro es tan incómodo que no sé cómo voy a aguantar tres horas aquí metido. Tengo las piernas tan largas que no me caben frente al asiento. Este coche está hecho para gente minúscula y puede que Maia encaje dentro de esa definición, pero yo no.

Me reacomodo, molesto, y la chica desvía la mirada de la carrera un segundo para echarme un vistazo.

—Con que el niño rico no está acostumbrado a los coches pequeños, ¿eh?

Ruedo los ojos. Me ha estado llamando así desde que le dije que el dinero no era un problema.

—Te noto muy hostil, Maia. Cualquiera diría que me estás tirando los tejos.

Espero que se ponga nerviosa, pero no se inmuta.

—Siento ser yo quien te diga esto, pero no eres mi tipo.

—Ya, claro.

—Los niños pijos que se dan aires de malote siempre me han parecido ridículos.

La miro de reojo y me aguanto las ganas de reír.

—¿Intentas herir mi ego?

—La verdad duele.

—Piensas que tengo pinta de malote. Bueno, no está nada mal. —En realidad, me parece bastante interesante. Me recuesto contra el asiento y esbozo una sonrisa burlona. Como no contesta, decido picarla un poco más—: Dime, ¿me has hecho fotos antes, mientras dormía? Seguro que las usarás para empapelar tu habitación.

—No y, si las hubiera hecho, habría sido para enseñárselas a la policía.

Volvemos a lo mismo. Resoplo, irritado, y ella me lanza una mirada rápida.

Hasta que nos quedemos sin estrellas |  EN LIBRERÍASDonde viven las historias. Descúbrelo ahora