27 | Irremplazable

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Simps de Maia y Liam, paso lista, digan presente, por favor.


27 | Irremplazable

Maia

Llevo dos semanas durmiendo a su lado.

Es lo primero que pienso cuando me despierto a la mañana siguiente y me encuentro envuelta entre sus brazos. Tenemos las piernas enredadas y, con la cabeza sobre su pecho, casi escucho los latidos de su corazón. Me he acostumbrado tanto a esto, a estar con él, que me parece natural, como si llevásemos haciéndolo toda la vida. O como si de verdad fuéramos a seguir haciéndolo toda la vida, pese a que no es una de las cosas que hacen dos personas que no sienten nada la una por la otra.

Necesito salir de aquí.

Me libero cuidadosamente de su agarre y, en silencio para no despertarlo, me escabullo fuera de la habitación. Los rayos de luz que se cuelan por los ventanales iluminan la estancia, pero está en completo silencio, por lo que deduzco que es muy temprano y los demás siguen dormidos. Hago una mueca al notar un pinchazo en las sienes. Por cosas como estas evito el alcohol. Me pongo a rebuscar en los armarios algo que me ayude a aliviar la resaca.

Una vez que me he tragado la aspirina, voy a la cocina para hacer café para el desayuno. Yo no lo tomo nunca, odio el sabor, pero sé que Liam sí y me he acostumbrado a prepararlo todas las mañanas antes de irme a trabajar. Él también tiene este tipo de detalles conmigo. Y esta es la primera vez que me paro a pensar en lo que realmente significan.

—Buenos días. —Estoy terminando de calentar la cafetera cuando escucho su voz a mis espaldas.

Me tenso. Liam entra somnoliento en la cocina. Lleva la misma ropa que anoche, solo que arrugada, y sus rizos están revueltos y apuntan hacia todas partes. En cualquier otra ocasión me habría acercado para arreglárselos. Ahora empiezo a ser consciente de las ganas que tengo de hacerlo y es justo eso lo que me frena.

Me esfuerzo en actuar con normalidad, a pesar de que lo que dijo anoche no deja de sonar en bucle en mi cabeza.

—Buenos días, Bella Durmiente. ¿Qué tal la resaca?

—Necesito urgentemente meter los dedos en un enchufe.

Se me escapa una sonrisa. Dramático.

—Hay aspirinas en el salón. Y estoy haciendo café.

Me aparto para mostrarle la cafetera y él emite un quejido de gusto.

—Dios, gracias. Eres maravillosa.

Mi sonrisa se desvanece en cuanto sale de la cocina. Apoyo las manos sobre la encimera, cierro los ojos e intento ralentizar los latidos de mi corazón, que vuelve a dispararse cuando Liam regresa y se acerca para servirse el café. Su brazo roza el mío por accidente y doy un respingo. Debe notarlo, ya que retrocede con disimulo. De pronto la situación es tan incómoda que me entran ganas de encerrarme en mi cuarto y no volver a salir.

—¿Has dormido bien? —pregunta para romper el silencio.

—Ajá. —Necesito una distracción, así que me pongo a fregar los vasos sucios que dejamos ayer por la noche.

—Evan quería que fuéramos al muelle de excursión. Podemos aprovechar para nadar en el lago. Es un buen plan, ¿eh?

Claro, de no ser porque, como me quede en bañador, todos me verán las cicatrices y este pasará a ser el peor día de mi vida. Voy a decírselo, pero antes lo miro de reojo. Y entonces sus irises azules chocan contra los míos y las palabras se me quedan atascadas en la garganta.

Hasta que nos quedemos sin estrellas |  EN LIBRERÍASDonde viven las historias. Descúbrelo ahora