24 | Justo ella

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24 | Justo ella

Liam

—Evan.

—Cállate.

—Evan —insisto.

—No me dejas concentrarme.

—¿Se puede saber qué estamos haciendo?

—¿Tú qué crees? —Señala la pantalla, cabreado—. Aprender francés.

Enarco las cejas y clavo la mirada en el televisor. Llevamos casi una hora y media viendo una película francesa de la que no estoy entendiendo nada. Entre el documental en alemán del otro día y esto, empiezo a plantearme si Evan no se muere de aburrimiento ahora que no estoy en Londres para sacarlo de casa.

—¿Y para qué quieres saber francés?

—He hecho un amigo por internet. Logan. Es canadiense —me explica—. Y habla francés, claro.

Frunzo los labios para reprimir una sonrisa.

—Evan —vuelvo a repetir.

—¿Qué?

—También hablan inglés en Canadá.

Me mira con el ceño fruncido.

—¿Me estaba tomando el pelo? —replica, incrédulo, y luego solo se encoge de hombros—. Bueno, creo que alguien va a convertirse en mi mejor amigo de Internet. Después de ti, claro.

Vuelve a mirar la película y yo arqueo las cejas. Qué raro es.

—¿Podemos quitarla ya?

—No, tío. Están a punto de enrollarse.

En la pantalla, una señora de unos treinta y tantos años intenta seducir a un chaval mucho más joven que ella.

—Pensaba que era su hijo —comento, confundido. Creo que me estoy perdiendo.

—Cállate. Salir con Maia te ha perturbado la mente.

Le doy un empujón, molesto, y él esboza una sonrisa burlona antes de seguir pendiente del filme. Parece enganchado, así que lo dejo a sus anchas. Miro el reloj con disimulo. En realidad no estoy saliendo con Maia, pero sí tengo muchas ganas de verla. No debería tardar mucho en volver del trabajo. Estamos a sábado, los domingos libra en el bar y no empezará a currar en la tienda hasta el lunes, por lo que vamos a tener todo el fin de semana para nosotros.

Y para Evan, claro.

—¿No has pensado en aprender algún idioma? —pregunta al cabo de un rato.

Arrugo la frente. Pues la verdad es que no.

—Podría planteármelo ahora que tengo más tiempo libre.

—Exacto. Futuro rey de los idiomas. Así tendrás algo en lo que pensar y te rayarás menos con las cifras.

Sonrío. Es un cabrón la mayor parte del tiempo, pero también es mi mejor amigo. Y una de las únicas personas que realmente se preocupan por mí.

Anoche, después de que llegara de pronto y nos interrumpiera, me senté con él en el salón para ponernos al día. Maia no tardó en avisarnos de que se iba a dormir porque al día siguiente tenía que madrugar. Así fue como acabamos echando unas partidas a un videojuego que Evan ha recibido para probar. Me preguntó si podía stremearlas desde su canal y, para mi sorpresa, no dudé en decir que sí. No hubo tanta gente como de costumbre, ya que era muy tarde, y tuvimos que tener cuidado de no hacer ruido, pero no recuerdo habérmelo pasado tan bien en mucho tiempo.

Hasta que nos quedemos sin estrellas |  EN LIBRERÍASDonde viven las historias. Descúbrelo ahora