20 | Derruida

161K 17.7K 24K
                                    

20 | Derruida

Liam

No soy un tío inseguro. Lo prometo.

Sería difícil después de haberme pasado los últimos años rodeado de gente que me adora. La mayoría de los comentarios que recibía en YouTube era de fans enamoradas de mi espléndido físico y mi personalidad arrolladora. También tenía haters, claro, pero con el tiempo aprendí a centrarme solo en las personas que creen que soy jodidamente genial porque, seamos sinceros, lo soy.

De forma que sí, confío mucho en mí mismo. Esa seguridad es realmente útil sobre todo a la hora de ligar con chicas. La experiencia me ha enseñado que les encanta que seas directo y hables sin rodeos. Siempre voy a por lo que quiero cuando lo quiero. Pero eso no significa que no sepa pillar las indirectas, joder.

Y que una chica no te llame en diez días después de haberte echado a patadas de su casa no es precisamente una señal de que le gustas.

—¿Preparado para volver al mundo de las redes?

La voz de Evan me trae de vuelta a la realidad. Es sábado por la noche y estamos en el sofá de mi nuevo apartamento. Lleva aquí desde hace unos días por un evento que se celebra en la ciudad. Se supone que solo vendría para un fin de semana, pero ojalá se quede un poco más. Ahora mismo es el único amigo que tengo en cuatrocientos kilómetros a la redonda.

Mierda, ¿por qué Maia no me ha llamado?

—Liam, no tienes por qué hacerlo ahora. Si todavía no estás listo, puedes esperar —me recuerda, al notar que no contesto—. Obligarte a volver no servirá para nada que para convertirte en un infeliz otra vez.

Me obligo a negar con la cabeza. Tengo que dejar de pensar en ella.

—No, quiero hacerlo. De verdad. Con mis reglas.

Señala el teléfono.

—Todo tuyo, hermano.

Echo de menos YouTube. He tenido mucho tiempo para pensar esta semana, pero ha sido el evento de Evan lo que ha hecho que me dé cuenta. Verlo llegar con cientos de anécdotas que contar me ha recordado por qué empecé con el canal. No fue por fama ni por dinero, sino por lo mucho que me divertía grabando con mis mejores amigos. Antes de todos los millones de seguidores, solo estábamos Evan, Max y yo haciendo el tonto frente a la cámara. Necesito recuperar eso. No me importa tener que enfrentarme a unos cuantos de haters por el camino.

Introduzco mi usuario y mi contraseña y, después de más de tres semanas incomunicado, entro en mi cuenta de Instagram.

Lo primero que me aparece es una puta publicación de Michelle.

—Tío, creo que te ha hackeado —se burla Evan.

Ignorándolo, voy directamente a mi perfil. Muchas de las fotografías que tenemos juntos siguen públicas ya que no me molesté en borrarlas en su día. Me tenso al leer los números que brillan en la parte superior de la pantalla.

—He perdido casi trescientos mil seguidores —digo en voz alta.

—Lo sé, pero todavía hay cuatro millones de personas que te apoyan.

Y eso solo en Instagram. Tengo otros cinco millones en Twitter y más de doce millones en YouTube. Son cifras abismales. Antes me preocupaba tanto por ser el mejor, por conseguir más, que no me daba cuenta de lo que ya tenía. Joder, hay muchísima gente ahí fuera que disfruta con lo que hago. Es lo único que debería importante.

A pesar de que no he participado en muchas polémicas, me conozco el procedimiento de memoria por lo mucho que Adam me lo ha repetido. Suspiro.

—Debería pedir disculpas por haber estado tanto tiempo fuera.

Hasta que nos quedemos sin estrellas |  EN LIBRERÍASDonde viven las historias. Descúbrelo ahora