25 | Seiscientas veces más que el sol

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Advertencia: en este capítulo se tratará el tema de las autolesiones y creo que lo más adecuado es avisar, aunque sea spoiler, porque puede resultar incómodo para algunas personas. No será nada explícito, nadie va a autolesionarse, pero sí que se habla del tema con más profundidad que en otros capítulos.

Si has pasado o estás pasando por una situación similar,  recuerda que no estás sola, que no lo estarás nunca, y que es importante buscar ayuda de tus seres queridos o de profesionales. Cuida mucho de ti. Por favor.



25 | Seiscientas veces más que el sol

Maia

Mi primera semana compaginando dos empleos es agotadora. Trabajo por la mañana en el bar y solo tengo tres horas de margen para correr de vuelta al apartamento de Liam, comer y cambiarme el uniforme antes de que empiece mi turno en la tienda de música. Sin embargo, trabajar con Clark es como un soplo de aire fresco. Limpio y ordeno las estanterías, elaboro las playlist que suenan en el local y, por supuesto, también atiendo a los clientes. Y, aunque los primeros días sí que está bastante pendiente de mí, a finales de semana ya he conseguido ganarme su confianza y que vuelva a la trastienda de vez en cuando para darme más libertad, lo que me hace sentir tremendamente orgullosa de mí misma.

El lunes le hablo a Lisa sobre la casa del lago y, para mi sorpresa, la idea le gusta incluso más que a mí. Sobre todo cuando le digo que puede traer a alguna amiga más. Quedamos en irnos el sábado por la tarde, dormir allí y volver el domingo al anochecer, aprovechando que ninguna de las dos trabaja. Se pasa toda la semana haciendo planes y yo dejo que comparta su emoción conmigo porque, bueno, para eso están las amigas.

De forma que la mañana del sábado salgo temprano de trabajar y me subo a mi coche para volver a Manchester. Dejé de utilizarlo cuando Liam se mudó a mi casa y empezó a llevarme al hospital todos los días. No obstante, estoy intentando acostumbrarme a conducir otra vez. Me gusta la idea de poder moverme a mi antojo sin depender de nadie. Arranco el motor, me abrocho el cinturón y bajo el volumen de la música para no saturarme. Salgo del pueblo golpeando distraídamente el volante al ritmo de la canción.

Y ni siquiera pienso en que ya me he acostumbrado a no tomar el desvío que me llevaría al hospital.

Necesito comprar varias cosas, así que paso por el supermercado antes de volver al apartamento de Liam. Media hora después, el ascensor me deja en la tercera planta de su edificio. Tengo mi propia llave, lo que quizá me parecería excesivo si se tratase de cualquier otro chico, pero con él no me hace sentir tensa en absoluto. Dejo las bolsas en el recibidor, me quito el abrigo y vuelvo a cogerlas para llevarlas a la cocina.

Liam está de espaldas a la puerta, concentrado en los fogones. Va descalzo y lleva unos pantalones de chándal y una camiseta holgada. Me mira por encima del hombro, con los rizos mojados cayéndole sobre la frente y esa sonrisa. Y entonces siento un puñado de mariposas en el estómago a las que me gustaría exterminar con veneno para bichos.

—Eh —me saluda, despreocupado.

—¿Vas a encargarte tú de cocinar? ¿Quién está tomando las decisiones aquí y por qué nos castiga?

Pone los ojos en blanco y vuelve a darme la espalda.

Riéndome, dejo las bolsas sobre la mesa antes de acercarme a él. Le rodeo el brazo con la mano y siento la dureza de sus músculos bajo mis dedos. Me inclino para echar un vistazo. Está preparando carne en salsa y tiene una pinta estupenda.

—Huele bien —reconozco. Aunque me meta mucho con él, la verdad es que no se le da nada mal.

Liam enarca las cejas, baja el fuego al mínimo y se seca las manos con un trapo. Después me las pone en la cintura para atraerme hacia sí.

Hasta que nos quedemos sin estrellas |  EN LIBRERÍASDonde viven las historias. Descúbrelo ahora